A través de un letal bombardeo contra una posición controlada por una milicia iraquí, respaldada por Irán, en la frontera entre Siria e Irak el viernes, el Gobierno de Biden ha dado entender en sangre el verdadero significado de las incesantes declaraciones del presidente demócrata de que “EE.UU. ha vuelto”.
El ataque, ejecutado en violación abierta del derecho internacional y sin contar con la autorización legal del Congreso estadounidense, comunica que la Casa Blanca de Biden está emprendiendo una política exterior estadounidense sumamente agresiva, intensificando el militarismo y los enfrentamientos perseguidos por su predecesor, tanto en Oriente Medio como internacionalmente.
Según fuentes médicas sirias citadas por Reuters, la incursión aérea estadounidense, llevada a cabo en la madrugada del viernes, mató al menos a 17 milicianos iraquíes. El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, con sede en el Reino Unido, informó de que el ataque había matado a 22 combatientes de las Hashed al-Shaabi, o Fuerzas de Movilización Popular, un brazo oficial del ejército iraquí que fue enviado a Siria para combatir el Estado Islámico. Más combatientes resultaron heridos, y es probable que el número de muertos aumente.
Supuestamente, el ataque con misiles fue una represalia por un ataque con cohetes del 15 de febrero contra una base estadounidense en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, en el que murió un solo contratista sirio. No hay pruebas de que el ataque a la base estadounidense fuera obra de la milicia respaldada por Irán que Estados Unidos atacó el viernes, que no solo había negado su responsabilidad, sino que había denunciado el ataque a la base de Erbil.
Los funcionarios del Pentágono indicaron que el presidente Joe Biden recibió un menú de blancos y niveles de destrucción militar para elegir y aprobó el ataque con misiles a Siria.
Al preguntársele el viernes cuál fue el “mensaje” enviado por Biden con el ataque, el portavoz del Pentágono, John Kirby, dijo al canal MSNBC: “El mensaje es claro e inequívoco: vamos a proteger nuestros intereses nacionales en la región”.
La decisión de atacar Siria tiene un significado estratégico inequívoco. Es la primera vez que Estados Unidos ataca objetivos en este país devastado por la guerra desde el 29 de diciembre de 2019, cuando Donald Trump ordenó un ataque aéreo, también supuestamente en respuesta a un ataque con cohetes contra una base estadounidense en Irak.
Cinco días después, el 3 de enero de 2020, Washington llevó a cabo el asesinato por dron del general Qasem Soleimani de la Guardia Revolucionaria iraní, considerado la segunda figura política más importante de Irán. El ataque con misiles fue una dramática escalada de la campaña de “máxima presión” de la Administración de Trump contra Irán.
Washington dio marcha atrás en la confrontación, que había llevado a todo Oriente Próximo, y potencialmente a todo el planeta, al borde de una nueva guerra catastrófica que habría eclipsado rápidamente la muerte y la devastación provocadas por las décadas de intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán.
El ataque ordenado por Biden pone fin a la pausa de poco más de un año en los ataques aéreos estadounidenses en Siria que siguió al asesinato de Soleimani. Ha sido un año en el que Estados Unidos ha estado dominado por la política criminal que ha provocado más de medio millón de muertes por COVID-19, así como por una amarga lucha interna en el seno de la élite política gobernante de Estados Unidos que ha propiciado dos juicios políticos contra Trump. Gran parte de ese conflicto se centró en las diferencias sobre política exterior, con los demócratas denunciando a Trump por ser demasiado “blando” con Rusia y China, ambas potencias nucleares.
El ataque en Siria se considera, de forma generalizada y con razón, una peligrosa escalada de las agresiones estadounidenses que nuevamente puede provocar una conflagración regional e incluso mundial. Es una manifestación concreta del cambio de política que se está produciendo bajo la nueva Administración demócrata.
El Gobierno sirio denunció el ataque con misiles como un acto de “cobarde agresión estadounidense” y acusó a la Administración de Biden de seguir la “ley de la selva”. Los funcionarios rusos, chinos e iraníes también condenaron el ataque.
La única fuente de aplausos a nivel internacional por el ataque estadounidense fue Israel, que ha llevado a cabo sus propios ataques aéreos contra Siria, aunque generalmente se niega a confirmar o negar su responsabilidad. “Los iraníes no se dieron cuenta de que Biden no es Obama, y de que si siguen por este camino de errores de cálculo acabarán siendo atacados”, dijo un alto funcionario israelí no identificado al sitio web de noticias Walla.
Irán es uno de los objetivos más inmediatos del ataque con misiles del viernes. El Gobierno de Biden llegó al poder prometiendo reincorporarse al Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés), el acuerdo de 2015 entre Irán y las principales potencias en el que Teherán aceptó fuertes restricciones a su programa nuclear civil a cambio del levantamiento de punitivas sanciones económicas. Trump derogó el acuerdo en 2018 lanzando una campaña de “máxima presión” de sanciones unilaterales redobladas que equivalen a un estado de guerra.
Desde la toma de posesión de Biden, Washington no ha tomado ningún paso para levantar estas sanciones —ni tampoco aquellas sanciones estadounidenses contra países que constituyen más de un tercio de la humanidad—. En cambio, Estados Unidos ha insistido en que Teherán vuelva primero a cumplir plenamente los términos del JCPOA, revirtiendo los aumentos limitados de su enriquecimiento de uranio llevados a cabo en respuesta a la ruptura del acuerdo por parte de Estados Unidos y a la incapacidad de las potencias europeas para desafiar eficazmente las sanciones estadounidenses.
El secretario de Estado de Biden, Antony Blinken, ha declarado en repetidas ocasiones que cualquier acuerdo con Irán tendrá que ser “más largo y más fuerte” que el negociado cuando Obama estaba en el poder. Además de imponer restricciones permanentes al programa nuclear iraní, esto significa el desmantelamiento del programa de misiles convencionales de Irán, así como el repliegue de su influencia en todo el mundo. Lo que Washington quiere es volver a convertir Irán en una semicolonia indefensa. El ataque a Siria es una arremetida inicial como parte de una renovada campaña de agresión para lograr este objetivo.
El ataque con misiles a Siria también estuvo dirigido contra Rusia, China y su influencia en la región. China, identificada por la Administración Biden como el “competidor estratégico” número uno de Washington y el foco de la “competencia extrema”, tras dos décadas de intervenciones militares imperialistas de Estados Unidos en Oriente Próximo, se ha convertido en el mayor inversor de la región y en el principal socio comercial de muchos de sus países.
Es más que una coincidencia que el último ataque con misiles de Estados Unidos en Siria se produzca inmediatamente después de los ejercicios militares conjuntos de buques de guerra iraníes, rusos y chinos en las aguas estratégicas del océano Índico. El último ejercicio de este tipo fueron los simulacros navales “Cinturón de Seguridad Marítima” realizados conjuntamente por Irán, Rusia y China en diciembre de 2019, en vísperas del asesinato de Soleimani.
Incluso mientras Washington está escalando sus agresiones en Oriente Próximo, el Pentágono está organizando ejercicios navales provocativos en el mar de China Meridional y el estrecho de Taiwán, mientras amenaza directamente a Rusia con el despliegue de bombarderos B-1 en Noruega.
El ataque con misiles también sirve como un disparo sobre la proa de los hasta ahora aliados de Washington en la OTAN, especialmente Alemania y Francia. Esto sigue a la recepción notablemente fría de la canciller Angela Merkel y el presidente Emmanuel Macron al discurso de Biden en la Conferencia de Seguridad de Múnich la semana pasada, en la que proclamó no solo una, sino tres veces, que “Estados Unidos ha vuelto”, al tiempo que exigió que las potencias imperialistas europeas se subordinen a los intereses de Estados Unidos.
El ataque a Siria recibió un amplio apoyo dentro de la dirección del Partido Demócrata y fue elogiado por los principales republicanos. El diputado Michael McCaul, el principal republicano de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, declaró: “Tales respuestas son un elemento disuasorio necesario y les recuerdan a Irán, a sus apoderados y a nuestros adversarios de todo el mundo que no se tolerarán los ataques contra los intereses de Estados Unidos”.
El ataque ha dejado en claro que el consenso sobre intensificar las agresiones militares para contrarrestar el declive de la hegemonía global imperialista de Estados Unidos servirá como base para la búsqueda de la “unidad bipartidista” del Gobierno de Biden con los elementos fascistizantes dentro del Partido Republicano que intentaron invalidar su elección.
También existe un poderoso motivo político interno para la escalada del militarismo estadounidense. Se trata de la necesidad de desviar hacia fuera las inmensas e insostenibles contradicciones sociales del capitalismo estadounidense.
La crisis del capitalismo estadounidense y mundial no solo está produciendo un impulso hacia la guerra, sino también un recrudecimiento internacional de la lucha de clases ante las muertes masivas producidas por la política asesina de inmunidad colectiva a la pandemia del COVID-19, el continuo crecimiento de la desigualdad social y los ataques a los derechos sociales y democráticos más fundamentales.
Solo esta lucha puede sentar las bases de una auténtica oposición al impulso bélico del imperialismo estadounidense y mundial. La tarea urgente es la construcción de un movimiento internacional y socialista en la clase obrera para acabar con la amenaza de una guerra mundial por medio del derrocamiento del sistema capitalista que engendra este peligro.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 27 de febrero de 2021)