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Conferencia de la Escuela de Verano 2021 del SEP

El Proyecto 1619 y el ataque a la Revolución Estadounidense

El discurso siguiente fue presentado en la escuela de verano del Partido Socialista por la Igualdad (EE.UU.), que ocurrió desde el 1º de agosto hasta el 6 de agosto, por Tom Mackaman, un escritor del World Socialist Web Site . Mackaman es coeditor con David North de El Proyecto del New York Times de 1619 y la falsificación racialista de la historia, que está disponible deMehring Books.

Hace dos años este mes, el New York Times publicó su Proyecto 1619.

El Times hizo afirmaciones grandiosas en pro de su proyecto principal. Nikole Hannah-Jones, la celebridad-periodista que fue el rostro público del proyecto, dijo que el Proyecto 1619 iba a replantear la historia de los Estados Unidos como una lucha racial llevada a cabo por blancos contra afroamericanos. Esta “nueva narrativa” suplantaría los programas escolares de estudios sociales para estudiantes que, supuestamente, han sido denegados la verdadera historia por un monopolio de historiadores blancos. Había llegado la hora de contar la verdad: el año 1619, cuando los primeros esclavos llegaron en la colonia Virginia, fue la “verdadera fundación” de los Estados Unidos, y no la revolución de 1776, que era de verdad una contrarrevolución hecha para defender la esclavitud contra el Imperio británico abolicionista. Iniciando con el “pecado original” en 1619, el racismo contra la raza afroamericana siempre ha estado “en el ADN” de “estadounidenses blancos”. Tanto es así que el racismo inescapable de la raza blanca es la causa principal de todos los males sociales imaginables, desde la obesidad hasta los atascos.

Déjennos descartar con el desdén que merece la afirmación del Times que lanzó tal proyecto de reescribir la historia estadounidense y la realidad social como un acto de servicio público para niños en las escuelas.

Al Times le importan un bledo los profesores y los niños, como ha demostrado a través de su defensa de las reaperturas de escuelas mortales en medio de la pandemia del COVID-19. El Times no es una empresa sin fines de lucro sino un imperio de medios multi milmillonario para la que lo más importante son las ganancias y los valores de las acciones. Verdaderamente, el Proyecto 1619 ya se ha convertido en varios tipos de franquicia y programación de los medios de comunicación, en colaboración con la milmillonaria magnate de entretenimiento Oprah Winfrey.

Pero el Times es más que una corporación de los medios. Es el órgano central del Partido Demócrata y el liberalismo estadounidense y, tenemos que subrayar, la CIA. La basura de la política estadounidense le alcanza el cuello; por ejemplo, la caza de brujas neo victoriana sexual de #YoTambién que la compañía ha organizado e impulsado; y en la sangre del imperialismo estadounidense, habiendo promovido, en el caso más infame, las “armas de destrucción en masa” como un hecho, el casus belli de la guerra en Irak, y más recientemente se han unido a la persecución del periodista Julián Assange por atreverse a exponer las mentiras imperialistas que el Times ha propagado. Cuando las masas del Medio Oriente y Asia Central, y las familias de soldados estadounidenses matados y mutilados por fin aparecen en una corte, creemos que unos editores y escritores del Times estarán en la misma posición que gente como Bush, Blair, Obama y Clinton.

Con su publicación del Proyecto 1619, el Times de hecho está motivado por una preocupación material. Su objetivo es la balcanización racial de la clase obrera estadounidense. Empleo la palabra “balcanización” intencionadamente. Lo que sean las intenciones de Hannah-Jones, la afirmación de que los seres humanos se encuentran en una lucha sin fin basada en la categoría mitológica de la raza ha proveído, durante el último siglo, la justificación ideológica por el asesinato de decenas de millones de personas por todo el planeta. Los amigos del Times en la CIA son conscientes de la utilidad de este método. Asesinatos Incorporados, durante las últimas décadas, ha usado el método de la división comunalista con efectos mortíferos en Yugoslavia, Irak, Libia, Siria, y Ucrania.

Para empezar, pongamos de acuerdo una premisa: El racismo es una ideología construida sobre una categorización social, laraza, que no tiene ninguna base en la ciencia. Raza y racismo emergían históricamente con el capitalismo para justificar y naturalizar la explotación. Juntos con el capitalismo, naufragarán.

El tema más significante –del que espero tratar con este discurso– es que la campaña de división racial se ha convertido ahora en un ataque sin cuartel contra la historia estadounidense, y especialmente sus revoluciones: la Revolución Estadounidense y la Guerra Civil. Esto ocurre al mismo tiempo que el historiador alemán Jörg Baberowski intenta rehabilitar a Hitler e historiadores británicos intentan difamar al gran revolucionario del siglo pasado, León Trotsky, manifestaciones de la falsificación histórica contra las que nuestro movimiento ha intervenido en contra de manera decisiva.

El Times, en algún momento de 2018, se dio cuenta de que su promoción total de la raza, que había estado continuando desde la victoria electoral de Trump en 2016, no era suficiente. Con las condiciones explosivas de la polarización de riqueza más grande en la historia, ya no era necesario simplemente falsificar la realidad contemporánea, suplantando cualquier discurso sobre el capitalismo o la clase social con conceptos populares entre académicos como la “blancura”, el “privilegio de los blancos” y “la brecha racial en la riqueza”, sino falsificar la historia estadounidense.

Ahora no tenemos tiempo para recontar detalladamente la intervención de nuestro movimiento contra el Proyecto 1619. Esto se da en nuestro libro recién publicado, El Proyecto del New York Times de 1619 y la falsificación racialista de la historia.

El punto importante es éste: Fuera del Comité Internacional de la Cuarta Internacional, el movimiento trotskista mundial, no habría sido ninguna defensa seria de la Revolución Estadounidense o la Guerra Civil.

Después de la publicación del Proyecto 1619 en agosto de 2019, de hecho, había pocas críticas. No se podían considerar en serio las condenas de figuras derechistas antiigualitarias como el expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich, y éstas solo apoyaban la ficción de que el Proyecto 1619 representase una “pura verdad” previamente suprimida.

Luego, en la primera semana del septiembre de 2019, el WSWS publicó nuestra respuesta de dos partes “El Proyecto 1619 del New York Times: una falsificación racialista de la historia estadounidense y mundial” (Primera Parte | Segunda Parte). El análisis comprensivo del artículo, que se profundizaba con los discursos, artículos y polémicas que seguían –sin denegar el significado de la esclavitud o el racismo en la historia estadounidense– refutó cada una de las afirmaciones del Times.

Nuestra intervención generó apoyo entre un estrato de historiadores. Son pocos, pero acontece que están entre los académicos más renombrados e influyentes en sus ámbitos. No participaron en nuestras entrevistas porque estaban de acuerdo –o no estaban de acuerdo– con nuestra posición política. La colaboración se basó en un acuerdo sobre un planteamiento honesto a la historia y una oposición a la falsificación de la Revolución Estadounidense y la Guerra Civil. Recurrieron al World Socialist Web Site porque nosotros ofrecíamos la única resistencia contra el Times. Estas entrevistas, y los discursos y artículos del WSWS, se encuentran en el libro previamente nombrado .

La intervención del WSWS tuvo un impacto inmenso, transformando la celebración por los medios del Proyecto 1619 en una acción defensiva de retiro. Nuestro trabajo encontró atención en los medios burgueses –incluidos el Wall Street Journal, Atlantic, Politico, la American Historical Review, el Financial Times, la National Review, el Washington Post, y otros. Incluso el Times se encontró obligado a reconocer que el World Socialist Web Site había llevado a cabo la oposición al Proyecto 1619. De hecho, a causa del World Socialist Web Site, el editor de la New York Times Magazine Jake Silverstein tuvo que retirar, de una manera humillante, la afirmación clave de que la verdadera fundación de los Estados Unidos ocurriese en 1619 –aunque esto se hizo, a estilo del Times, de una manera muy deshonesta.

El papel prominente –uno podría decir predominante– del World Socialist Web Site en este debate era un acontecimiento significante. Los medios capitalistas siempre se han confiado en la mentira que no hay socialismo en la tierra de oportunidades ilimitadas y libertad. Todos los estratos de los medios estadounidenses, los gigantes de la tecnología incluidos, han insistido de una manera rabiosa en denegar la mera existencia del WSWS, hasta el punto de censura abierta. Sin embargo, en esta lucha, la compañía principal de los medios de comunicación del ala liberal de la clase gobernante estadounidense, el Times, tuvo que entrar en combate con el órgano de la clase obrera internacional, el World Socialist Web Site.

Por supuesto, se esfuerzan actualmente por esconder de nuevo los hechos, y fingir que toda la resistencia al Proyecto 1619 y la “Teoría crítica de la raza” y tales cosas proviene de la derecha. Esta ficción busca desorientar a la población y proveer una tapadera política para las maniobras fascistizantes del Partido Republicano. Nuestro libro se pone en la lista negra por los editores de varios periódicos y publicaciones académicas, aunque estos editores sin duda saben que es uno de los libros más significantes publicado sobre la historia estadounidense recientemente. No obstante, las ventas han sido grandes, y lucharemos por nuestro libro entre maestros y estudiantes, y en la clase obrera entera.

Dos preguntas importantes surgen de nuestra experiencia: ¿Cómo se debe explicar el hecho de que el liberalismo estadounidense, ¿Cómo se explica que el liberalismo estadounidense, a través del New York Times, haya lanzado un ataque fundamental contra los momentos determinantes de su emergencia, la Revolución Estadounidense y la Guerra Civil? Y ¿por qué solo el movimiento socialista ha defendido estas revoluciones?

Las respuestas a estas preguntas no se encuentran en la historia propia de las revoluciones, sino en la crisis creciente del capitalismo estadounidense en nuestra época. Un hito se alcanzó, en este asunto, a finales del año 2000. Durante las elecciones entre Bush y Gore en ese año, la Corte Suprema, en una decisión de 5-4, intervino para detener el conteo de los votos y dar la victoria a Bush. El Partido Demócrata y sus órganos, el Times incluido, lo aceptó.

El 3 de diciembre de 2000, nueve días antes de que emitiera su fallo, David North, presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site y presidente nacional del Partido Socialista por la Igualdad (EE.UU.), dio un discurso en una reunión pública del Partido Socialista por la Igualdad de Australia, durante el que él dijo:

Lo que la decisión de la corte revelará es hasta cuál punto la clase gobernante estadounidense está dispuesto a romper con las normativas tradicionales de la democracia burguesa y la constitución. ¿Está dispuesto a autorizar el fraude electoral y la supresión de votos para instalar en la Casa Blanca a un candidato que ha obtenido ese puesto a través de métodos claramente ilegales y antidemocráticos? [1]

El fallo en Bush contra Gore demostró que ya no había ningún interés dentro del establishment político y corporativista en la defensa de los derechos democráticas. La defensa y la expansión de derechos democráticos –que dentro del Estado burgués-democrático siempre son desiguales, y frecuentemente no existen de ningún modo para los obreros, los pobres, las minorías y los socialistas –recaía en la clase obrera.

La publicación del Proyecto 1619 señaló una nueva etapa en el proceso de la degeneración de la clase gobernante que se había revelado en la intervención de la Corte Suprema en las elecciones de 2000. Mientras los derechos democráticos estaban poniéndose en riesgo en los Estados Unidos durante las últimas décadas, la clase gobernante seguía diciendo palabrería sobre la Revolución Estadounidense y la Guerra Civil, que marcaron el nacimiento de esos derechos. Sin duda, el respeto de la clase gobernante para las revoluciones siempre era deshonesto, como James P. Cannon notó una vez, de la manera de “beneficiarios de privilegio… impostores, mentirosos, y profanadores de un sueño noble”.

Pero ahora secciones poderosas de la clase dirigente, hablando a través del New York Times, se han puesto en contra de las revoluciones democráticas que formaban los Estados Unidos durante los años 1770 y 1860.

El ataque del Times a la Revolución Estadounidense y la Guerra Civil no sirve para rebatir el rumbo golpista de Trump y el Partido Republicano. Emerge de la misma putrefacción histórica, y de hecho fomenta y alienta el fascismo. Como la defensa y la expansión de derechos democráticos recaen en la clase obrera, también recae en ella la defensa del patrimonio revolucionario de la Revolución Estadounidense y la Guerra Civil. Son las partes de una totalidad. La lucha histórica es el requisito para el desarrollo dentro de clase obrera de una perspectiva y cultura internacionales y revolucionarias. Estos intentos están ligados a nuestra defensa de la verdad histórica respecto a Trotsky, quien pasó las últimas décadas de su vida revelando cuidadosamente las mentiras estalinistas. La mentira, dijo Trotsky, es el cimiento de la reacción política. Por eso nuestro movimiento ha intervenido en el ataque a las revoluciones estadounidenses con tanto vigor.

El vehículo a través de que atacan a la Revolución Estadounidense es uno que hemos llamado la falsificación racialista. Como todas las formas de falsificación histórica –citando al gran historiador de la degeneración estalinista de la Unión Soviética, Vadim Rogovin– el método del Times implica “el encubrimiento de unos hechos históricos o la exageración tendenciosa y la interpretación retorcida de otros”.

Tales métodos amenazan la historia ella misma como un ámbito de estudio. Por eso es profundamente escalofriante que tan pocos historiadores profesionales hayan intervenido en contra del Proyecto 1619. Demuestra el punto hasta el que, como David North y yo escribimos en una respuesta a Alex Lichtenstein, el editor de la American Historical Review :

…la mitología racialista, que ha proporcionado la base 'teórica' de la política de identidad de la clase media, ha sido aceptada, e incluso adoptada, por una parte sustancial de la comunidad académica como una base legítima para la enseñanza de la historia estadounidense. [2]

Además, escribimos, el ataque a los historiadores renombrados que criticaron el Proyecto 1619 –Gordon Wood, James McPherson, James Oakes, Victoria Bynum, Sean Wilentz y otros– “expresa el rechazo de una tendencia democrática progresiva en la historiografía estadounidense. Los historiadores que han enfatizado el carácter histórico y progresivo mundial de las dos revoluciones americanas (1775-83 y 1861-65) tendieron a legitimar, aunque esa no fuera su intención, la perspectiva de una tercera revolución socialista estadounidense”.

Es una triste realidad que más historiadores han movilizado para defender la mitología racialista del Proyecto 1619 que para criticarla. Y esfuerzos ahora están en marcha para proveer una tapadera escolástica para el Proyecto 1619, que durante el otoño que viene se publicará en la forma de un libro bajo el título El proyecto 1619: Una nueva historia de origen. “Historia de origen” es el título perfecto para describir qué es el Proyecto en realidad. El estudio científico de la historia no trata de las “historias de origen” excepto para exponerlas. Las historias de origen tradicionalmente han sido la empresa de políticos racistas, más notablemente la teoría de Hitler de una nación eterna aria.

Recientemente, en distintos artículos de opinión publicados en el Washington Post, el New York Times, y la revista Time, historiadores Woody Holton y Robert Parkinson se han unido al Proyecto 1619 del Times en su afirmación de que la Revolución Estadounidense era una contrarrevolución hecha para defender la esclavitud.

Los ensayos coincidieron intencionadamente con el fin de semana del Día de la Independencia, el 4 de julio. El ensayo de Holton fue publicado en el Post el 2 de julio (“La deuda de la Declaración de Independencia a la América Afroamericana”). Los de Parkinson aparecieron el 4 de julio, uno en el Times (“¿Temores a una revuelta de esclavos empujó la independencia americana?”) y uno en la revista Time (“No se puede contar la historia de 1776 sin hablar sobre la raza y la esclavitud”).

Holton, profesor titulado de la Universidad de Carolina del Sur, y Parkinson, profesor de la Universidad de Birmingham, y académicos como ellos son presentados rutinariamente como “izquierdistas”. Tales historiadores, sin embargo, están opuestos profundamente a la concepción marxista de la Revolución Estadounidense como un evento de una importancia histórica-mundial que, a pesar de sus múltiples contradicciones –es decir, a pesar del hecho de que fuese una revolución burguesa-democrática– contribuyó inmensamente a la lucha por la igualdad humana, en el nombre de la que se llevó a cabo.

Verdaderamente, estos historiadores no presentan la guerra por la independencia como una revolución, sino como una erupción reaccionaria del racismo hecha contra el participante verdaderamente progresista en la lucha… ¡el Imperio británico! Holton y Parkinson afirman que fue solo porque el Imperio tomaba medidas contra la institución de la esclavitud que ocurrió la revolución. Es la misma tesis del historiador del Proyecto 1619 Gerard Horne, cuyo libro lleno de errores, La contrarrevolución de 1776, tenía una influencia clara.

El argumento entero de Holton depende de la Proclamación de Dunmore, emitida en el noviembre del 1775 por el último gobernador real de Virginia (John Murray, cuarto conde de Dunmore) ofreciendo la libertad a los esclavos y sirvientes que tomaron armas contra sus amos, quienes ya estaban en revuelta contra el reino.

Holton escribe en el Post, “La furia de los Blancos a los británicos por apoyar a la gente esclavizada llevó a muchos al paso fatídico de respaldar la independencia”. Él continúa, “Hasta 1775, la mayoría de los estadounidenses Blancos habían resistido las innovaciones parlamentarias como la Ley del Sello y el impuesto sobre el té, y habían mostrado poco interés en la independencia. Pero al oír hablar de que los Afroamericanos habían forjado una alianza con los británicos, los Blancos estaban furiosos”. [3]

La primera reacción al leer tal pasaje es una combinación de shock y revulsión por el nivel intelectual abismalmente bajo. Este historiador universitario con permanencia ha disuelto todas las muchas divisiones políticas, geográficas, y étnicas en las colonias –todas de las que estaban en un estado de incertidumbre en 1775– en dos categorías anacrónicas y supra históricas: Blancos y Afroamericanos. “Afroamericanos habían forjado una alianza”, “Los Blancos estaban furiosos”, etcétera. Holton no es fascista. Uno asume que es un Demócrata activo –su padre era un gobernador de Virginia y su cuñado es el Senador Tim Kaine, el candidato vicepresidencial de Hillary Clinton en 2016. Pero, lo que sean sus intenciones, la reducción de la realidad social a un conflicto entre razas es un planteamiento histórico compartido por los Nazis y el Ku Klux Klan.

Parkinson también parte de la Proclamación de Dunmore y esfuerzos similares del Imperio por enlistar a esclavos y a indígenas americanos. La reacción colonial a Dunmore, de la que Parkinson leyó en las páginas de atrás de periódicos Patriotas, demuestra que, “[S]eparación de Grand Bretaña tenía que ver tanto, si no más, con los temores raciales y exclusión que con derechos inalienables”. Y en su ensayo en la revista Time, Parkinson dice lo siguiente:

Hemos pasado por alto a los padres fundadores sobre la raza. … Durante demasiado tiempo hemos creído sin preguntar al John Adams de una edad mayor sobre por qué las trece colonias se unieron. Se había olvidado –a propósito– de como hacía cuatro décadas él había movilizado los prejuicios contra la gente Afroamericana (algo que hoy en día se llama el racismo) para que las colonias se uniesen en la unión. Ese esfuerzo dejó a América independiente, pero también enterró la raza profundamente en el fundamento de la república americana… [4]

La combinación de la ignorancia y la moralización ahistórica aquí es difícil de creer. Historiadores no “pasan por alto” a figuras históricas. Ubican a personajes históricos, concretamente, dentro de un contexto histórico dado que a su vez forma una parte del arco del desarrollo histórico. Parece que, según la perspectiva de Parkinson, la tarea de un historiador es examinar el pasado y sortear a personajes en grupos malos y buenos, basado en la moralidad burguesa dudosa de los Estados Unidos, 2021, que afirma que el presidente tiene derecho a asesinar a personas con aviones teledirigidos cuando quiera, y que prioriza las ganancias sobre las vidas de seres humanos en una pandemia que ha aniquilado a más de 600.000 personas. El abuso de Parkinson contra el pasado le recuerda a uno la advertencia de E.P. Thompson contra la historia escrita como “la condescendencia de posteridad”, pero no tanto a nada que las críticas de Engels contra la escritura de la historia que “clasifica a los hombres que actúan en la historia en buenos y en malos, y luego comprueba que, por regla general, los buenos son los engañados, y los malos los vencedores”. [5]

Como Rogovin también ha notado, la falsificación histórica solo se puede “refutar por restaurar la verdad histórica –la presentación honesta de los hechos y las tendencias del pasado”. David North y Eric London ya han demolido las afirmaciones sobre el conde de Dunmore, quien pasó el resto de sus días en el puesto del gobernador real de Barbados, una colonia llena de esclavos.

Se debe notar unos puntos breves: 1) La Proclamación de Dunmore vino medio año después de que el combate en la guerra de independencia hubiera iniciado, más de un año después de la formación del Congreso Continental, y durante una situación de poder dual en la que la autoridad imperial casi había desintegrado, en Virginia también; 2) En este contexto de guerra, la Proclamación era un recurso militar, nada más, que específicamente defendía la esclavitud entre Lealistas. En este sentido, si el objeto principal de los Patriotas fue defender la esclavitud, mejor que se hubiesen puesto de parte de Dunmore; 3) La trata de esclavos británica siguió importando a esclavos a sus posesiones en las Antillas y americanas, sumando hasta, al final, 1,5 millones de hombres, mujeres y niños durante los años de la crisis imperial y la infancia de la República Americana; 4) El Parlamento británico acabó la esclavitud en las Antillas solo en 1833. Esto se hizo de una manera muy distinta a la de la revolución sangrienta de la Guerra Civil estadounidense. Se consiguió por pagar 40 millones de libras a los amos, muchos de los que raramente iban a las Antillas. Éste era el rescate más grande en la historia británica hasta que el diputado de Labour Gordon Brown llevó a cabo la transferencia grande de la riqueza de la clase obrera a la banca de la Ciudad de Londres en 2009.

Aquí tenemos otra “historia de origen”. Mientras Nikole Hannah-Jones afirmó que la “verdadera fundación” de los Estados Unidos fue el día que corsarios neerlandeses llevaron a los primeros esclavos al continente en 1619, Holton y Parkinson creen que la Proclamación de Dunmore fue “la verdadera fundación”, y que era más importante que la Declaración de Independencia, al cual que tiran tierra. Si uno debe creer en Holton, ha revelado que el conde de Dunmore fue el autor de uno de los manifiestos revolucionarios más grandes de la historia, clasificado con Las noventa y cinco tesis de Luther, La declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, y el Manifiesto comunista. Todas las últimas generaciones de historiadores estadounidenses han pasado por alto este descubrimiento –y también todos los contemporáneos de la Guerra de Independencia, británicos así como americanos. Qué lástima, desafortunadamente para Holton, Dunmore era un hombre reaccionario sin la menor duda. Y él era un personaje de menor importancia, uno de muchos funcionarios reales intercambiables en un rincón lejano del imperio.

Como hemos detallado en otro lugar, la Revolución Estadounidense transformó la esclavitud en una cuestión política por la primera vez en la historia del mundo. Las primeras sociedades abolicionistas aparecieron en las colonias inmediatamente después de la revolución. Los estados norteños, donde la esclavitud era menos importante económicamente, inmediatamente empezaron a acabar con la institución bárbara.

Estos acontecimientos crearon sentimientos abolicionistas en Gran Bretaña y otros lugares, y el abolicionismo se convirtió en un movimiento transatlántico. Económicamente, la Revolución Estadounidense debilitó el sistema mercantilista británico, cambiando el equilibrio de fuerzas de la política británica a la clase industrial creciente, como el historiador afrocaribeño Eric Williams explicó desde hace tiempo. Pero de una manera perversa, el mismo crecimiento de la industria británica iba conectándose cada vez más con la economía esclava de algodón del sur estadounidense, que crecía de una manera rápida después de la invención de la desmotadora en 1793.

Sin embargo, en el norte, la Revolución Estadounidense impulsó también un desarrollo económico y dinámico que se basaba en algo que más tarde se llamaba, de forma reveladora, “trabajo en libertad”. La revolución dejó atrás las formas débiles de dependencia personal, desde la cima hasta la basa de la sociedad, desechando la esclavitud y la servidumbre y planteando “la dignidad de labor”. Visitantes europeos aristocráticos miraban con horror la falta de humildad envilecida entre los estadounidenses normales en los estados del norte, que se reflejaba en el desarrollo del inglés estadounidense: La palabra “ayudante” reemplazaba “sirviente”, y “jefe” suplantaba “amo”. Pero en el sur, por la primera vez en la historia, una defensa positiva ideológica de la esclavitud –es decir, el racismo– fue creada y promocionada por todos lados de la unión por el Partido Demócrata. La divergencia entre el norte y el sur inexorablemente llevó a la Guerra Civil Estadounidense.

Holton y Parkinson hacen numerosas afirmaciones y suposiciones falsas, pero hay una más que merece nuestra atención. Ellos suponen que, porque unos esclavos e indígenas americanos se pusieron de parte de Gran Bretaña durante la Revolución Estadounidense, y porque los esclavos e indígenas eran gentes reprimidas, lógicamente se debe creer que el Imperio británico era el participante progresista en la lucha.

Primero, de hecho, ni los indígenas ni los esclavos respondieron de una manera unificada frente a la Revolución Estadounidense. Unas naciones indígenas pusieron de parte de los británicos, pero otras no. La Federación iroquesa estaba dividida. La tribu Creek también. Los Catawba apoyaban a los colonos. Los Cheroquis en gran parte apoyaban a los británicos. Es probable que la mayoría de afroamericanos libres pusieran de parte de la revolución, y unos esclavos ganó su libertad por servir en el ejército continental o en las varias milicias. Por el otro lado, muchos esclavos decidieron respaldar a los británicos, y 20.000 sirvieron. Pero en esa época, se creía que la emancipación militar simplemente era una parte de las leyes de la guerra, que reconocían la legitimidad de la incautación de la propiedad del enemigo.

No negamos ni la brutalidad de la esclavitud ni el despojo horroroso de los indígenas. Pero no se deduce de, a causa de estos horrores indisputables, la causa del Imperio británico era progresista y la de los colonos reaccionaria. Durante la Guerra Civil estadounidense, los Siux de Minnesota rebelaron, aprovechando la guerra para tomar represalias contra su mal tratamiento criminal por el gobierno estatal y nacional. Renae Cassimeda trata este tema competentemente en un ensayo incluido en nuestro libro. Simpatizamos con el apuro de los Siux contra el estado fronterizo. Es fácil entender por qué llevaron a cabo su rebelión en 1862. Los Estados Unidos los robaron de su tierra y les denegaba sus derechos según los Tratados, la comida incluida. Pero no se deduce lógicamente que la causa confederada estadounidense, con la que los Siux se encontraron en alianza, era por eso progresista, ni que la de la Unión era reaccionaria. La historia está llena de tales episodios. Uno puede pensar en los nacionalistas indios que formaron una alianza con el Japón imperial y la Alemania nazi contra el Raj británico durante la Segunda Guerra Mundial.

La cuestión histórica más amplia aquí es el intento de retratar el imperialismo británico como una fuerza progresista, emancipatoria, e incluso revolucionaria. Si uno se basa en este argumento, la historia estadounidense, y de hecho mundial, son incomprensibles. El Imperio británico de los siglos 18 y 19, como los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, era el centro de la reacción global. La lista de los crímenes de saqueo imperial es demasiado larga para darla aquí. Pero extendían desde Irlanda, donde las leyes anticatólicas se impusieron para el inicio del siglo 18, y donde durante los años 1840 y 1850 durante la Gran Hambruna, mataron por hambre a varios millones de campesinos, e incluso mientras carne de res se estaba exportando a los ricos de Inglaterra, el Caudillo Russel negó el alivio de la hambruna, preocupándose de que los irlandeses se convirtiesen en “gente bajo la protección del Estado”; hasta China donde, porque había pocos mercados para los productos británicos, el gobierno de Londres llevó a cabo la epidemia de opio, transformando a decenas de millones en drogadictos y provocando dos guerras, y de esa manera resolvió el desequilibrio comercial; hasta África, donde por 150 años los británicos dominaban la trata de esclavos, afianzando el capital para su industrialización que vino, según Marx, con sangre y mugre goteando de cada poro; hasta el “tesoro real” del Imperio, la India, cuya riqueza Gran Bretaña saqueaba sin piedad, abandonándola durante los años 1940 solo porque ya no se podía asegurar la división entre los hindús y los musulmanes; hasta las fábricas y minas de Inglaterra ella misma, donde los trabajadores tenían sus primeras experiencias crueles con los capitalistas, horrores que Engels documentó en su libro Condiciones de la clase obrera en Inglaterra.

El trotskista Colvin de Silva de Sri Lanka lo dijo mejor cuando afirmó, respondiendo al lema que “el sol nunca se oculta sobre el Imperio británico”: “Es que ni siquiera Dios se confía en los británicos en la oscuridad”. ¿Es que Holton, Parkinson, Horne, y el resto simplemente no están conscientes de todo esto?

No es solo una historia errónea. Hay una atracción emergente en la cultura y la política estadounidense a la aristocracia. Por una parte, la clase gobernante estadounidense desea desechar la herencia problemática de la Revolución Estadounidense y la Guerra Civil, con toda la charla sobre los derechos inalienables como la libertad de expresión y asociación, etcétera. Por una parte, gravita hacia la fantasía de, de alguna manera, transformar su riqueza capitalista obtenida ilícitamente en una forma que es inmutable, hereditaria, aprobada divinamente –es decir, feudal. Estos aspectos del intento de rehabilitar el Imperio británico son dos caras de la misma moneda. La clase dirigente estadounidense desea que los plebeyos se le acerquen haciendo reverencias, y prescindir de todas las tonterías sobre la igualdad. No es porque Jefferson era dueño de esclavos o un fariseo –al final, había muchos dueños de esclavos a lo largo de la historia, y aun más fariseos– pero porque fue Jefferson el que escribió:

Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados … de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios … el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y Felicidad. [6]

Los marxistas no denegamos que intereses materiales motivaban a los Patriotas durante los años 1770. Pero la ideología de las primeras revoluciones burguesas-democráticas abrumó los motivos individuales, y encubrió los motivos de clase para que ni siquiera los participantes se diesen cuenta de ellos, encubiertos, para citar una frase de Engels, “por un sobrecrecimiento de la ideología”. Las clases burgueses imaginaron que hablaban por “el pueblo” en escribir la Constitución de 1787. En 1789, sus equivalentes franceses hablaban por “la nación”. La ideología republicana y burguesa declaró la igualdad, la fraternidad, y los derechos del hombre por todos lados. Sin embargo, las revoluciones invariablemente sustituyeron nuevas formas de dominación de clase en lugar de las viejas. Si no lo hubiesen hecho, la historia habría acabado por ahí. Pero la historia no acabó. Y la historia no es un cuento moral. Avanza precisamente a través de contradicciones: en la última instancia, a través de la lucha de clases sociales opuestas. Como Trotsky observó más tarde, “El desarrollo de la economía estadounidense no se realizó según los principios de Jefferson, pero según las ideas de Marx”.

De hecho, Marx y Engels desarrollaron el socialismo moderno a través de un análisis y unas críticas devastadoras –económicas, históricas, y políticas– del nuevo orden capitalista, revelando la contradicción explosiva entre sus afirmaciones de igualdad y la existencia verdadera de una explotación brutal, la esclavitud como propiedad incluida.

A pesar de esto, los marxistas siempre hemos insistido en el impacto progresista e histórico-mundial de la Revolución Estadounidense.

En nombre de la Primera Internacional, Marx famosamente escribió a Lincoln en el medio de la Guerra Civil que la Revolución Estadounidense había sido el momento donde “la idea de una gran república democrática había aparecido, de la que la primera Declaración de los Derechos del Hombre se emitió, y el primer impulso dado a la revolución europea del siglo 18” y que los socialistas europeos sentían “seguros de que, ya que la Guerra de la Independencia estadounidense inició en una era de la ascendencia de la clase media, la guerra contra la esclavitud haría algo similar para las clases obreras”.

Lenin, en su carta de 1918 a los obreros norteamericanos escribió, “La historia de la Norteamérica moderna, de la Norteamérica civilizada, comienza con una de las grandes guerras verdaderamente liberadoras y revolucionarias, tan escasas frente a la multitud de guerras de rapiña provocadas, a semejanza de la actual guerra imperialista, por las peleas entre los reyes, los terratenientes y los capitalistas en torno al reparto de las tierras usurpadas o de las ganancias obtenidas como fruto del pillaje. Fue una guerra del pueblo norteamericano contra los bandidos ingleses, que oprimían a Norteamérica y la tenían sometida a un régimen de esclavitud colonial…” [7]

El análisis marxista de que la Revolución Estadounidense era progresista no era nada nuevo. Todos los contemporáneos la habían creído una revolución. Sin duda, la Revolución Estadounidense tenía enemigos entre los aristócratas europeos. Pero ellos también reconocían que había sido democrático. Era que detestaban la democracia. Pero si uno era enemigo o amigo, nunca había la menor duda de que la Revolución Estadounidense era el primer evento de mayor importancia en una concatenación de revoluciones democráticas que ocurrió a lo largo del Océano Atlántico desde 1776 hasta la Guerra Civil estadounidense, las revoluciones francesas y haitianas incluidas.

Todo esto revela más y más el odio palpable de la Revolución Estadounidense que ha aparecido en círculos académicos y pseudoizquierdistas, desde los estalinistas como Gerald Horne y el provocador pabloista Louis Proyect, cuyo sitio web miserable “El marxista impenitente” se debería llamar más correctamente “El mentiroso incesante”. Esta hostilidad hacia las revoluciones democráticas solo tiene sentido como una expresión del abismo amplio que separa a los obreros de las secciones privilegiadas de la clase media alta.

Dejen que recurramos a Jefferson, quien, al lado de Thomas Paine, era el personaje más izquierdista de la Revolución Estadounidense, y se ha convertido en un personaje malo en la opinión de la pseudoizquierda estadounidense. David North, en su ensayo importante, Las dos Revoluciones Estadounidenses en la historia mundial, escribió

Por supuesto, es un hecho históricamente innegable que la propiedad personal de esclavos por parte de Jefferson y sus concesiones a la esclavitud representaron la gran ironía e incluso tragedia de su propia vida. Fueron la expresión, dentro de su biografía, de las condiciones y contradicciones sociales existentes del mundo en el que había nacido: un mundo donde prosperaban la esclavitud, la servidumbre feudal y muchas formas de servidumbre por contrato, y cuya legitimidad difícilmente era apenas puesta en tela de juicio. No cabe duda de que los filisteos moralistas de la academia seguirán atacando a Jefferson. Pero sus condenas no alteran ni una pizca el impacto revolucionario de la Declaración de Independencia. [8]

Tal vez es apropiado dejar que Jefferson diga lo último. En su última carta, con la fecha del 26 de junio de 1826, él rechazó una invitación para asistir a las festividades marcando el 50º aniversario de la Declaración de Independencia. De una manera particularmente irónica, Jefferson y John Adams, que habían servido con Benjamín Franklin en el comité que escribió el documento, se murieron aquel día, el 4 de julio de 1826. Las últimas palabras de Adams en su casa en Braintree, Massachusetts fueron, “Jefferson sigue viviendo” aunque no podía haber sabido que su amigo y rival político había fallecido horas más temprano, en la Virginia lejana.

Jefferson era un dueño de esclavos durante la vida, y se murió en la misma posición. Sin embargo, en su última carta todavía fue capaz de invocar el significado revolucionario de la Declaración de Independencia. Escribió:

…que sea para el mundo lo que creo que será (en unas partes muy pronto, en otras más tarde, pero al final por todos lados), la Señal de despertar a la gente para que rompan las cadenas en las que una ignorancia y superstición monacales la ha llevado a atarse… todos los ojos están abiertos, o se abrirán pronto, ante los derechos del hombre. La propagación de la luz de la ciencia ya ha forzado que todos puedan ver la verdad palpable, de que las masas no nacieron con monturas en la espalda, ni que unos pocos con botas con espuelas, listos para montarlas legítimamente, por la gracia de Dios. [9]

Citas:

[1] David North, “Lessons from history: the 2000 elections and the new ‘irrepressible conflict’”

[2] David North, Tom Mackaman, Una carta a laAmerican Historical Review, World Socialist Web Site, 31 de enero de 2020

[3] Woody Holton, “The Declaration of Independence’s debt to Black America”, el Washington Post, 2 de julio de 2021

[4] Robert G. Parkinson, You Can’t Tell the Story of 1776 Without Talking About Race and Slavery, el Washington Post, 4 de julio de 2021

[5] Federico Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana

[6] La Declaración de Independencia

[7] V. I. Lenin, Carta a los obreros norteamericanos, Pravda, Número 178, 22 de agosto de 1918

[8] David North, “Las dos revoluciones estadounidenses en la historia mundial”, World Socialist Web Site, 4 de julio de 2020

[9] Thomas Jefferson a Roger Weightman, el 24 de junio de 1826

(Artículo publicado originalmente en inglés el 3 de septiembre de 2021)

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