Cada vez hay más señales de nerviosismo en los mercados financieros, a medida que aumenta la inflación y los bancos centrales se mueven para endurecer la política monetaria, a lo que se suma la preocupación en los círculos empresariales de una presión salarial por parte de los trabajadores a medida que la subida de precios recorta el nivel de vida.
La semana pasada, los mercados bursátiles mundiales experimentaron sus mayores caídas en más de un año, encabezadas por un fuerte descenso del índice de Wall Street de NASDAC de gran peso tecnológico, que cayó un 7,6% en la semana. Fue el mayor descenso desde marzo de 2020 y la crisis financiera del inicio de la pandemia que llevó a la intervención multibillonaria del banco central estadounidense.
El descenso fue liderado por Netflix, que cayó un 22% el viernes después de informar de que se esperaba que el crecimiento de suscriptores se ralentizara. El grupo de streaming perdió 49.000 millones de dólares de su valoración de mercado.
El índice NASDAQ ha caído más de un 10 por ciento desde que alcanzó su máximo histórico el pasado mes de noviembre y ahora se considera que está en territorio de 'corrección'. Pero la liquidación va más allá del sector de la alta tecnología.
El índice S&P 500, la medida más amplia del mercado bursátil estadounidense de $50 billones, perdió un 5,7% en la semana. El Financial Times (FT) informó de que más de dos tercios de las empresas del índice habían perdido el 10 por ciento de su valor desde que registraron sus máximos históricos, con 1.490 valores que perdieron el 20 por ciento o más.
El FT informó de que su índice All-World, que abarca los mercados desarrollados y emergentes, cayó un 4,2 por ciento en la semana, su mayor descenso desde octubre de 2020.
Ha habido ventas en el mercado durante el último año y más, pero han sido seguidas por un aumento a nuevos máximos históricos, ya que los grandes inversores y especuladores 'compraron la caída', confiando en que el flujo de dinero ultrabarato de la Fed aseguraría la continuación de la subida del mercado de valores.
Sin embargo, ahora que la inflación en EE.UU. se sitúa en el 7% y amenaza con ir a más, la Fed se prepara para subir los tipos de interés con posiblemente hasta cuatro subidas este año, cada una de 0,25 puntos porcentuales, esta estrategia está siendo cuestionada. Hace unos meses, la expectativa era que sólo habría una subida en 2022.
Otro indicio del endurecimiento de la política monetaria es que la Fed ha decidido que, además de reducir sus compras de activos a un ritmo acelerado —para terminar por completo en marzo—, empezará a discutir la reducción de sus tenencias de activos financieros. Éstas se han disparado hasta los $9 billones como resultado del apoyo prestado a los mercados financieros desde el colapso del mercado de marzo de 2020.
En algunos círculos, la reducción de las tenencias de activos se considera más importante que el aumento de los tipos de interés. Hubo una violenta reacción del mercado a finales de 2018, cuando este programa estuvo por última vez en la agenda, lo que obligó a una rápida reversión.
De los principales bancos centrales, tanto la Fed como el Banco de Inglaterra se han comprometido a subir los tipos. En el Reino Unido la tasa de inflación alcanzó el 5,4% en diciembre, su nivel más alto en 30 años, y se esperan nuevas subidas y se prevé que pueda llegar al 7%.
Sin embargo, el Banco Central Europeo parece haber descartado la subida de los tipos de interés en el futuro inmediato. Esto no se debe a que la inflación sea menor en Europa. Los datos de diciembre muestran que la inflación se situó en el 5 por ciento, el nivel más alto desde la creación de la eurozona y muy por encima del objetivo del BCE del 2 por ciento.
Sin embargo, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, descartó el jueves en una entrevista radiofónica una subida inmediata, afirmando que el ciclo de 'recuperación económica' en EE.UU. iba por delante del de Europa, por lo que el BCE tiene 'todas las razones para no actuar de forma tan despiadada como uno podría imaginar con la Fed'.
La razón de la cautela de Lagarde es que una subida de tipos —favorecida por los países del norte de Europa— podría crear lo que tres economistas alemanes describieron en un artículo esta semana como 'graves problemas para los miembros de la eurozona altamente endeudados'. Italia es el principal país que se vería afectado.
La principal preocupación de los bancos centrales y de la oligarquía financiera en general no es la inflación como tal, sino su efecto en la lucha de clases, ya que los trabajadores se ven obligados a luchar por unos salarios más altos.
Hablando ante una comisión de la Cámara de los Comunes el pasado miércoles, el gobernador del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, comentó: 'Es un mercado laboral muy ajustado y eso es preocupante... y tiene el potencial de ejercer mucha presión sobre los ingresos y las negociaciones salariales'.
Estas preocupaciones se vieron reflejadas en un importante editorial publicado la semana pasada por el FT, la voz del capital financiero británico y mundial. Dijo que la tasa de inflación estadounidense del 7% era la más alta desde 1980, cuando el entonces presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, elevó los tipos de interés a máximos históricos, induciendo la recesión más grave hasta ese momento desde la década de 1930, con el fin de aplastar las demandas salariales de los trabajadores en nombre de la reducción de la inflación.
El editorial del FT barajó la posibilidad de que tales medidas vuelvan a ser necesarias.
'Aunque las encuestas realizadas a las empresas manufactureras muestran algunos indicios de que los cuellos de botella se están aliviando, las presiones de los costes se están haciendo visibles en el mercado de trabajo', decía. 'Esto corre el riesgo de crear el tipo de inflación autosostenida, impulsada por las expectativas de aumento de precios, que llevó a Volcker a tomar medidas tan drásticas hace más de cuatro décadas'.
El editorial señalaba que las tasas de dimisión en EE.UU. se han disparado y 'si el crecimiento de los salarios se mantiene, puede empezar a compensar unos 40 años de estancamiento'. Aquí el editorial apuntaba a uno de los mecanismos clave que, aparte del flujo de dinero barato de los bancos centrales, ha sostenido el boom bursátil: la supresión de los salarios de los trabajadores, impuesta por las burocracias sindicales, y la transferencia de riqueza a las arcas de la oligarquía financiera.
Otros comentarios van en la misma dirección. En una entrevista con el FT la semana pasada, David Solomon, el director ejecutivo de Goldman Sachs, uno de los principales beneficiarios del boom financiero, dijo que había 'inflación salarial en todas partes'.
'La presión en todas partes proviene de la enorme cantidad de estímulos monetarios y financieros que han cambiado la dinámica. Viene del hecho de que realmente estamos operando con casi pleno empleo'.
Solomon no fue tan lejos como el editorial del FT, pero la implicación de sus comentarios fue clara. Si no se pueden contener las subidas salariales, a pesar de los denodados esfuerzos de los sindicatos por conseguirlo, serán necesarias medidas del tipo Volcker.
Un escenario similar se planteó en un artículo del Wall Street Journal del 12 de enero titulado 'Atentos a una espiral de salarios-precios'.
'Lo que la Fed no quiere ver es un entorno en el que los aumentos salariales empujen los precios significativamente al alza, mientras que un mercado laboral ajustado y las expectativas de una mayor inflación lleven a los trabajadores a pedir aumentos salariales desmesurados'. Eso podría obligar a la Fed a 'subir los tipos de interés bruscamente, y arriesgarse a una recesión'.
También podría provocar un colapso del castillo de naipes financiero que han creado las pasadas políticas de la Fed de inyectar billones de dólares en el sistema financiero, que se remontan a la decisión del presidente de la Fed, Alan Greenspan, de proporcionar un apoyo continuo a Wall Street tras la caída de la bolsa en octubre de 1987.
El nivel de especulación sin precedentes desde el rescate del mercado en 2020 —la explosión de las criptodivisas, los valores meme, las empresas de adquisición con fines especiales (SPACs), el aumento de los préstamos apalancados de mayor riesgo, el auge y el ascenso de figuras como Elon Musk, el jefe de Tesla, por nombrar solo algunos ejemplos— es el indicio más seguro de un desastre en ciernes.
La semana pasada, el veterano inversor Jeremy Grantham repitió sus anteriores advertencias de que se está gestando un crash. Escribió que había burbujas simultáneas en las principales clases de activos.
Se trata de: la burbuja inmobiliaria mundial más amplia y extrema de la historia; del comportamiento más exuberante, extático e incluso loco del mercado de valores; y de los mercados de bonos con los precios más altos de EE.UU. y de todo el mundo y, en consecuencia, los tipos de interés más bajos de la historia. Y encima, las materias primas sobrevaloradas, incluidos los alimentos, estaban en un nivel récord.
Grantham advirtió por primera vez hace un año, pero desde entonces, escribió, 'la burbuja avanzó hasta la categoría de superburbuja'.
Advirtió que cuando el pesimismo volviera a Wall Street 'nos enfrentamos a la mayor reducción potencial de la riqueza en la historia de EE.UU.', que podría acabar con hasta $35 billones en valor de mercado.
No es posible predecir el curso de los mercados, pero una cosa es segura: si experimentan algo que se acerque a un colapso importante, irá acompañado de una embestida contra la clase obrera, como indican las advertencias que se están haciendo en los principales círculos financieros sobre las demandas salariales de los trabajadores.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 24 de enero de 2022)