Hoy, a las 5:00 p.m., sonarán las campanas de la Catedral Nacional de EE.UU. 900 veces para conmemorar las 900.000 muertes por COVID-19 en el país.
Tan solo han pasado 55 días, menos de dos meses, desde que las campanas de la catedral sonaron para conmemorar las 800.000 muertes.
Y, al ritmo actual de 2.700 muertes diarias, solo tomará 37 días para que EE.UU. registre un millón de fallecidos.
Este hito, infligiendo a millones con el dolor de la pérdida de amigos y seres queridos, fue tratado con indiferencia por la prensa.
Cuando EE.UU. alcanzó 100.000 muertes por COVID-19 en mayo de 2020, el New York Times dedicó su primera plana completa con una lista de los muertos. Pero con nueve veces esa cantidad, el Times apenas publicó una pequeña mención al fondo de la primera plana, bajo el título “900.000 muertos, pero muchos estadounidenses siguen adelante”.
Qué insensibilidad indecible. ¿Qué quieren decir con “seguir adelante”? Esta es una frase que puede describir incluso la decisión de pasar a buscar otro empleo. Los muertos no pueden “seguir adelante”. Y para los sobrevivientes que deben afrontar la muerte de un familiar o amigo, vivirán con la experiencia de pérdida por el resto de sus vidas, aún más cuando la muerte fue tan repentina e inesperada con poco o ningún tiempo para prepararse y despedirse. Y para añadir a la tragedia del duelo de los sobrevivientes, miles y miles murieron solos, en una UCI sin el consuelo de sus seres queridos.
Cuando el Times habla de “seguir adelante”, no se refiere a los individuos que afrontan el duelo. Los editores del Times describen a la clase capitalista que el diario representa.
Para los gobernantes, la élite corporativo-financiera y sus apologistas en la prensa, “seguir adelante” significa que pueden actuar como si la pandemia ya se acabó. El Gobierno federal y las autoridades estatales están poniendo fin a las restricciones a la propagación de la enfermedad. No falta mucho para que se supere el millón de muertos.
Según se normalizan las muertes, están disminuyendo los informes como parte de un encubrimiento masivo. Los estados, uno tras otro, están reportando los casos y muertes con cada vez menor frecuencia, dando de baja a sus recuentos de COVID-19 y eliminando los programas de rastreo de contactos. Más temprano este mes, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE.UU. eliminó su reporte de muertes diarias en hospitales como parte de un esfuerzo internacional para acabar con los reportes de casos y muertes.
El intento cada vez más vigoroso para encubrir la pandemia y “seguir adelante” coincide con la realidad cada vez más espantosa a la que se enfrenta la sociedad estadounidense.
Cada día de la semana pasada, sin incluir el fin de semana, murieron más de 3.000 personas a causa del COVID-19 en el país, según BNO News. En solo la última semana, se reportó la asombrosa cifra de 18.578 personas que perdieron la vida.
En enero murieron más de 60.000 estadounidenses. Fue el mes más mortífero desde febrero de 2021, cuando el porcentaje de personas totalmente vacunadas era de un solo dígito. Si el ritmo actual de muertes continúa, el mes de febrero será aún peor que enero, convirtiéndose en el tercero peor de toda la pandemia.
Desde el comienzo de la pandemia, uno de cada 366 estadounidenses ha perdido la vida a causa del COVID-19, incluido uno de cada 31 estadounidenses mayores de 85 años. En el primer año de la pandemia, 2020, murieron 351.000 estadounidenses. Otros 475.000 murieron en 2021. Hasta ahora, más de 75.000 han muerto este año. Si la tasa de mortalidad de enero continúa todo el año, el total de muertes en el tercer año de la pandemia será el más alto hasta ahora, con 720.000.
Es casi imposible comunicar la magnitud de las muertes que ya se ha producido. La cifra de muertos por COVID-19 en EE.UU. es entre cuatro y seis veces mayor que el número de personas muertas en los ataques atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki. Equivale aproximadamente a toda la población del estado de Delaware, y es mayor que la población de las ciudades de Detroit, Washington D.C., Las Vegas o Seattle.
El número de muertes causadas por el COVID-19 es mucho mayor que el número de muertos en combate de todas las guerras en las que ha participado Estados Unidos.
Pero incluso las cifras oficiales subestiman enormemente la pérdida de vidas causada por la pandemia. The Economist estima que el número real del exceso de mortalidad en Estados Unidos asciende a 1,2 millones.
Entre los muertos hay 1.244 niños. En promedio, siete niños mueren ahora cada día, según las cifras de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades.
Sin embargo, el número de muertos no refleja el enorme impacto de la pandemia en la sociedad estadounidense. El Dr. Charles Nelson, coautor de un estudio publicado el pasado mes de octubre sobre los “huérfanos del COVID”, declaró a Newsweek la semana pasada que el número de niños que han perdido a uno de sus padres o a su cuidador principal a causa del COVID-19 ha superado ya los 200.000. El nivel de trauma que se ha infligido a toda una generación es incalculable.
El estudio señala que “las vidas de los niños cambian permanentemente por la pérdida de una madre, un padre o un abuelo que les proporcionaba su hogar, sus necesidades básicas y sus cuidados. La pérdida de un padre se encuentra entre las experiencias adversas de la infancia vinculadas a los problemas de salud mental”.
“Todos nosotros –especialmente nuestros hijos— sentiremos el grave impacto inmediato y a largo plazo de este problema por generaciones”, concluye el estudio.
Además del número cada vez mayor de muertes, millones de estadounidenses padecen ahora “COVID largo” (persistente), que incluye una serie de síntomas debilitantes que pueden afectar casi todas las partes del cuerpo, incluidos el cerebro, el corazón, los pulmones y otros órganos vitales.
Mientras los medios de comunicación y la élite política tratan de encubrir el creciente número de muertos y se niegan a organizar cualquier respuesta seria para detener la pandemia, rebuznan por la guerra contra Rusia y China. Después de haber matado a más de 900.000 estadounidenses, se dedican a provocaciones temerarias que amenazan con convertirse en un conflicto nuclear que podría destruir la civilización.
El domingo, el artículo principal del New York Times y el segmento principal de las noticias vespertinas de NBC proclamaron sin aliento que 50.000 civiles morirían en una invasión rusa de Ucrania, ignorando el hecho de que más estadounidenses murieron de una enfermedad prevenible el mes anterior.
La clase gobernante no tiene intención de acabar con la pandemia. Los 10 hombres más ricos del mundo han duplicado su patrimonio neto en los últimos dos años. El índice bursátil S&P 500 ha subido más del 40 por ciento y el precio de todas las formas de propiedad financiera e inmobiliaria se han disparado.
La clase obrera internacional es la fuerza social que puede y debe detener la pandemia. A escala mundial, los trabajadores están entrando en lucha de forma cada vez más consciente con este objetivo en mente. En Estados Unidos y Europa, los educadores y estudiantes han llevado a cabo decenas de huelgas y paros para exigir clases a distancia. En Alemania, más de 100.000 estudiantes, padres y trabajadores han firmado una petición contra la imprudente política de reapertura de escuelas del Gobierno.
Este creciente movimiento de la clase trabajadora debe estar armado con una comprensión tanto científica como política de la pandemia. Las muertes innecesarias de más de 900.000 estadounidenses constituyen un crimen social masivo que debe ser investigado y documentado meticulosamente. El pasado mes de noviembre, el World Socialist Web Site puso en marcha la Investigación Global de los Trabajadores sobre la Pandemia de COVID-19 para llevar a cabo esta indagación y descubrir la verdad sobre quién tiene la culpa de la pandemia.
La pandemia ha revelado ante las masas el verdadero carácter del capitalismo estadounidense: un orden social dedicado al enriquecimiento egoísta de la oligarquía financiera, que es igual de indiferente al destino de la clase trabajadora de Estados Unidos y del mundo entero.
Es una lección cruel, pero hay que tomarla en serio. El capitalismo es fundamentalmente incompatible con las necesidades de la sociedad moderna. La lucha por acabar con la pandemia es inseparable de la lucha por abolir este orden social y sustituirlo por el socialismo.
(Publicado originalmente en inglés el 6 de febrero de 2022)