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Nuevas olas de migrantes desmienten supuesta “recuperación” en Venezuela

Una ola masiva de migrantes y refugiados venezolanos que se dirigen a Estados Unidos se reporta cruzando la jungla del Darién entre Colombia y Panamá.

Migrantes venezolanos con un funcionario migratorio colombiano [Photo: @MigracionCol]

Las autoridades migratorias panameñas reportaron el jueves que entre 2.500 y 3.000 migrantes están cruzando el Darién a diario. En su mayoría provienen de Venezuela pero muchos son ecuatorianos, haitianos y una cifra creciente de África y China. Aproximadamente 248.000 migrantes cruzaron en todo el 2022, mientras que este año ya ha visto más de 300.000.

La semana pasada, videos de miles de migrantes venezolanos ingresando por el lado colombiano, incluyendo a muchas familias con niños, se volvieron virales en redes sociales.

En un programa conjunto con los Gobiernos de EE.UU. y Colombia, Panamá desplegó a miles de efectivos de seguridad para bloquear el paso de los migrantes. Sin embargo, el único efecto ha sido obligar a los viajantes a buscar trayectos más difíciles y largos a través de la peligrosa y densa jungla. La semana pasada, las autoridades panameñas amenazaron con “cerrar la frontera”, que tan solo causará que más migrantes mueran y se desaparezcan intentando cruzar.

Mas temprano este año, los venezolanos impulsaron una ola migratoria los días previos a la nueva prohibición del Gobierno de Biden a los solicitantes de asilo en la frontera con México en mayo.

Más de 7,3 millones de venezolanos —una quinta parte de la población anterior— han emigrado desde 2014. Ese año se desencadenó una profunda crisis económica y política, propiciada principalmente por la caída en los precios internacionales del petróleo y un bloqueo económico y financiero de EE.UU. para facilitar un cambio de régimen.

Ante el agotamiento de las reservas internacionales necesarias para importaciones básicas como de alimentos, medicinas, maquinaria y repuestos, la economía se contrajo un 80 por ciento. En su punto más bajo durante los primeros dos años de la pandemia de COVID-19, casi el 95 por ciento de la población estaba viviendo bajo la línea de pobreza y padeciendo inseguridad alimentaria, en el país con los mayores yacimientos del crudo en el mundo.

En mayo de 2020, una invasión mercenaria fallida que fue organizada con el apoyo del Gobierno de Trump y oligarcas estadounidenses puso fin a los intentos de instalar al nada popular títere de EE.UU., Juan Guaidó, quien se autoproclamó presidente venezolano en enero de 2019. Después de la invasión rusa de Ucrania instigada por las potencias de EE.UU. y la OTAN, el Gobierno de Biden comenzó a buscar un acercamiento limitado con el presidente Nicolás Maduro para buscar alternativas al petróleo ruso.

El año pasado, Maduro reanudó las negociaciones con la oposición respaldada por EE.UU. y convocó a elecciones presidenciales en 2024. Luego, en noviembre de2022, el Departamento del Tesoro de Biden permitió que Chevron reiniciará sus operaciones en Venezuela, incluyendo exportaciones de petróleo a EE.UU. La producción ha aumentado de cantidades mínimas a casi 800.000 barriles por día (bpd) en julio. Esto se compara a 2-3 millones bdp antes de las sanciones, mientras que los precios del crudo en torno a $80 por barril hoy día siguen muy por debajo del pico de $147 por barril en 2008.

El Departamento de Estado de EE.UU. también manifestó su apoyo a una “cruzada anticorrupción” emprendida por Maduro, que llevó al arresto de 75 altos funcionarios y empresarios vinculados a la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA). La mayoría pertenecía a la “boliburguesía”, una capa que acumuló fortunas mal habidas bajo los regímenes “bolivarianos” del nacionalista burgués Hugo Chávez y su sucesor Maduro.

A través de medidas de guerra económica, incluida la confiscación de activos extranjeros del Estado venezolano, el imperialismo estadounidense esencialmente apagó y reinició la economía venezolana y logró temporalmente su principal objetivo geopolítico de cortar el suministro de petróleo de Venezuela a China. Sin embargo, a medida que se reactiva la producción, la mayor parte del coque de petróleo venezolano se está enviando a China, principalmente para pagar una deuda masiva, y a Turquía.

Sin embargo, Estados Unidos pretende ahora utilizar a Chevron y las sanciones continuas para hacer retroceder el país previo a la nacionalización del petróleo venezolano en 1976 y volver a ponerlo directamente en manos de las corporaciones estadounidenses.

Mientras Estados Unidos intensifica su campaña bélica contra Rusia y China, la disputa por el petróleo y otras materias primas importantes en Venezuela y el resto de Sudamérica amenaza con convertirse en un foco de un conflicto global.

Maduro ha combinado apelaciones a Washington con su demagógica retórica “antiimperialista”, al tiempo que aprovecha un ligero repunte económico el año pasado para proclamar absurdamente una “recuperación” y un “arreglo” de la economía. Sin embargo, la economía ya ha vuelto a estancarse este año, dados los bajos niveles de consumo nacional y la falta de acceso al crédito y a los mercados comerciales internacionales.

La Universidad Católica Andrés Bello informó que la pobreza multidimensional bajó de 65,2 por ciento a 50,5 por ciento de los hogares el año pasado, pero la mayoría sigue dependiendo de un tenue acceso a la asistencia social. Noventa por ciento de los hogares requiere bolsas de alimentos de los Consejos Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), pero solo el 35 por ciento las obtiene mensualmente, según el estudio. Mientras tanto, dos tercios de los estudiantes dependen del apoyo nutricional escolar y los informes indican que dejan de presentarse a la escuela cuando esta ayuda no está disponible.

Y lo que es más significativo, los autores del estudio descubrieron que la desigualdad ha seguido aumentando bruscamente. El coeficiente de Gini, que estima la distribución de los ingresos, pasó de 0,407 en 2014 a 0,603 el año pasado, lo que coloca a Venezuela como el país más desigual de América.

La histórica reducción del nivel de vida de los trabajadores en el que era uno de los países más ricos de la región, mientras una delgada capa ha seguido enriqueciéndose, solo ha sido posible gracias a la violenta represión de la lucha de clases por parte del Gobierno de Maduro. Cada señal de oposición social desde abajo ha sido enfrentada con el uso de la Guardia Nacional Bolivariana, las fuerzas especiales y los colectivos armados.

Mientras que EE.UU. nunca fue capaz de inspirar ningún apoyo popular para Guaidó, el rechazo social a Maduro ha llegado al punto de que las encuestas muestran que María Corina Machado, una política de derecha financiada por Washington desde hace mucho tiempo que rompió con Guaidó, derrotaría a Maduro en las elecciones presidenciales, obteniendo el 50 por ciento de los votos. El Gobierno de Maduro, sin embargo, ha descalificado a Machado.

Varios informes de venezolanos dentro y fuera del país constatan las ilusiones populares generalizadas de que un Gobierno bajo Machado, cuya política se inspira en Margaret Thatcher, conduciría al fin de las sanciones y a una recuperación económica. Sin embargo, ya sea bajo Maduro, Machado o cualquier otro político capitalista, la élite gobernante venezolana no ofrece ninguna alternativa a la subordinación de la economía al capital financiero extranjero, que está decidido a explotar los recursos naturales del país y la mano de obra barata, manteniendo las condiciones de miseria generalizada.

Estos mismos cálculos se han aplicado también a los migrantes venezolanos. En muchos documentos del Banco Mundial, el FMI y grupos de pensamiento estadounidenses se ha descrito el éxodo como una oportunidad lucrativa y se han propuesto inyecciones de capital en México, América del Sur y Centroamérica para sacar provecho de la mano de obra venezolana joven y relativamente cualificada y educada. Sin duda, uno de los principales incentivos para rechazar a los migrantes de Estados Unidos es explotarlos a precios más baratos al sur de la frontera, mientras que las ganancias acaban yendo a parar a Wall Street.

Alrededor de 2,5 millones de venezolanos se trasladaron a Colombia, que ha “regularizado” la situación de residencia de prácticamente todos ellos con un Permiso de Protección Temporal. Aunque permite a los migrantes trabajar legalmente, la naturaleza temporal del programa mantiene una posición vulnerable aprovechada por los empleadores.

Las autoridades estadounidenses también han llegado a acuerdos con países centroamericanos y Colombia, en algunos casos con la participación de Gobiernos europeos y Canadá, para establecer instalaciones donde los refugiados se verán obligados a solicitar asilo.

A principios de este mes, México anunció un plan para admitir a 20.000 refugiados aprobados de Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela durante tres años en un programa de “oportunidades de trabajo en regiones con escasez de mano de obra”, es decir, los migrantes más desesperados serán superexplotados en las condiciones más extenuantes e inseguras. Además de $40 millones para el programa, Biden también entregó a las autoridades y patrones mexicanos una difusa promesa de “referencias para reasentamiento” a Estados Unidos, que se mantendrán justo fuera del alcance de los refugiados.

Al mismo tiempo, en todos los frentes, los migrantes venezolanos se enfrentan a victimizaciones por parte de las fuerzas policiales y militares, campañas xenófobas azuzadas por las élites gobernantes latinoamericanas, falta de vivienda y asistencia social, condiciones de trabajo precarias, inseguras y en gran medida informales, amenazas del crimen organizado y otros innumerables obstáculos mortales.

La semana pasada, al menos 18 personas, en su mayoría migrantes venezolanos, murieron en un accidente de autobús en Puebla, México, mientras que 29 migrantes, en su mayoría venezolanos, resultaron heridos cuando su autobús cayó por un precipicio en Costa Rica.

Esta generación de trabajadores venezolanos no solo se ha dispersado por todo el continente americano, sino que ha experimentado en un país tras otro la bancarrota y el carácter reaccionario de todos los movimientos nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses, que en última instancia están todos subordinados y dependen del imperialismo.

Objetivamente, representan un poderoso contingente para la ola cada vez mayor de luchas de la clase obrera. Sin embargo, la clase obrera debe arraigar sus luchas conscientemente en su carácter y conexiones internacionales para cumplir sus intereses históricos de acabar con la explotación capitalista, la desigualdad y la guerra. Solo el Comité Internacional de la Cuarta Internacional lucha por este programa internacionalista y socialista.

(Publicado originalmente en inglés el 28 de agosto de 2023)

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