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La World Socialist Web Site inequívocamente condena el ataque terrorista contra las Torres Gemelas del World Trade Center y el Pentágono. Los responsables de secuestrar los cuatro aviones de líneas comerciales y de haberlos convertidos en bombas volantes son culpables de asesinato en masa. Ningún resultado de progreso social se logrará con este acto de destruccion indiscriminada de vidas humanas.
Los actos de terrorismo homicida expresan una tóxica combinación de pesimismo desmoralizador, obscurantismo religioso y ultranacionalista, y, también se debe añadir, oportunismo político del más vil carácter. Organizaciones terroristas—a pesar de1su retórica antiamericana—se basan en la ilusión de que actos aislados de terrible violencia obligarán a la clase dirigente estadounidense a cambiar su política. Por lo tanto, en última instancia, ellos aspiran hacer un trato con Washington.
Bajo todas las justificaciones que ellos se den, el método de los terroristas es fundamentalmente reaccionario. Lejos de haberle infligido un poderoso golpe al imperialismo militarista, el terrorismo cae en manos de aquellos individuos dentro del poder estadounidense que usan estos incidentes para justificar y legitimizar el uso de guerra para alcanzar los intereses económicos y geopolíticos de la elite dirigente. El asesinato de civiles inocentes enfurece, desorienta y confunde al público. Sirve para minar la lucha por la unidad internacional de la clase obrera, y se opone a todos los esfuerzos para educar al pueblo estadounidense en la historia y la política de los hechos contemporáneos en el Medio Oriente.
Pero nuestra condena de los eventos terroristas del martes pasado no implica en los más mínimo una disminución de nuestra oposición principista e irreconciliable a la política del gobierno de los Estados Unidos. Cualquiera que desee entender el por qué y para qué de los eventos del 11 de septiembre debe de estudiar el record histórico y político de los Estados Unidos en el Medio Oriente. Entre otras cosas, este record incluye un incondicional apoyo a la opresión del pueblo palestino a manos del estado israelita, que ha colocado a los EE.UU. en violenta oposición a las legítimas aspiraciones democráticas, nacionales y sociales de las masas árabes.
Inmediatamente después del ataque terrorista, los políticos, editorialistas y corresponsales de prensa han declarado una y otra vez que los norteamericanos deben de reconocer que las destrucción de las Torres Gemelas significa que los EE.UU. está en guerra y que debe de actuar de acuerdo. Pero la verdad de los hechos es que el gobierno de los EE.UU. ha estado involucrado en directos actos de guerra en el Medio Oriente, de una manera u otra, por la mayor parte de las últimas dos décadas.
Dejando de lado la masiva ayuda material para las operaciones militares israelitas, los EE.UU. ha bombardeado uno y otro país del Medio Oriente de una manera casi continua desde 1983. Los bombarderos y buques de guerra estadounidenses han atacado a Líbano, Libia, Irak, Irán, Sudán y Afganistán. Sin llegar al punto de declarar la guerra, los EE.UU. ha llevado a cabo operaciones militares contra Irak durante case 12 años. Los bombardeos diarios de Irak ya no merecen mencion en la prensa norteamericana, que tampoco no ha hecho ningún intento de averiguar cuál es el número de irakies asesinados por las bombas estadounidenses desde 1991.
Dado este sangriento record, ¿por qué sorprenderse de que aquellos que han sido bombardeados por los EE.UU. ahora decidan devolver golpe por golpe?
Los mismos medios de difusion que ahora piden a gritos sangre, en el pasado rutinariamente aplaudió el uso de la violencia contra cualquier país o pueblo que se atrevió a meterse en el camino de los intereses estadounidenses. Recordemos las palabras del columnista del New York Times, Thomas Friedman, que dijo lo siguiente al pueblo de Serbia durante el bombardeo de ese país en 1999: “Todas las luces deben de estar apagadas en Belgrado; todas las fuentes de potencia, todas las tuberías de agua, todos los caminos y las fábricas relacionadas a la guerra serán bombardeadas... [Nosotros] vamos a pulverizar este país. ¿Quieren volver a 1950? Podemos mandarlos de vuelta a 1950. ¿Quieren 1389? Los podemos mandar a 1389.”
La política exterior de los EE.UU. es una mezcla de cinismo, brutalidad e irresponsabilidad. El camino seguido por Washington ha inflamado el odio de grandes sectores de la población mundial, creando un ambiente en el cual es fácil reclutar para llevar a cabo sangrientos actos terroristas. En raros momentos de franqueza, los especialistas en política exterior han reconocido que las acciones de los EE.UU. provocan el odio y el deseo de revancha. Durante la Guerra de los Balcanes, el ex-secretario de estado, Lawrence Eagleburger, dijo: “Le hemos presentado al resto del mundo un visión de ser los matones del barrio que apreta un botón, la gente muere y a nosotros sólo pagamos el costo de un misil... esta actitud nos va a perseguir en nuestro trato con el resto del mundo durante varios años.”
Este claro pensamiento no le previno al propio Eagleburger declarar que los EE.UU. debe de responder por la destrucción del World Trade Center con el bombardeo de cualquier país que haya estado involucrado.
El mensaje a la nación de George W. Bush del martes pasado epitomiza la arrogancia y la ceguera de la clase dirigente norteamericana. Lejos de ser Estados Unidos “la principal luz de la libertad y la oportunidad en el mundo,” los EE.UU. son percibidos por decenas de millones como el principal enemigo de los derechos humanos y democráticos, y la fuente principal de la opresión. La elite dirigente norteamericana, cínica e insolentemente, actúa como si pudiera llevar a cabo sus actos de violencia en todo el mundo sin crear las condiciones políticas para similares actos revanchistas.
Inmediatamente después del ataque, las autoridades norteamericanas y la media una vez más están declarando que Osama bin Laden es el responsable. Esto es possible, aunque, como siempre, no han presentado ninguna evidencia que apoye tal reclamo.
Pero el cargo de que bin Laden es el responsible obliga a plantear varias preguntas. Dado que los EE.UU. ha declarado a este individuo como el terrorista más letal en el mundo, cuyos movimientos son milimétricamente seguidos con los aparatos de inteligencia más sofisticados, ¿cómo pudo bin Laden organizar una operación tan elaborada sin ser detectado? ¿Y un ataque contra los mismos rascacielos que fueron atacados en 1993?
El éxito desvastador de este asalto indicaría que, desde el punto de vista del gobierno norteamericano, la crusada contra el terrorismo ha sido más una campaña propagandística para justificar la violencia militar de los EE.UU. alrededor del mundo que un acto conciente para proteger al pueblo norteamericano.
Más aun, tanto bin Laden como los talibanes, a quienes los EE.UU. ha acusado de proteger a bin Laden, fueron armados y financiado por los gobiernos de Reagan y Bush para que pelearan contra el regimen pro-soviético de Afganistán en los 1980. Si éstos estuvieron involucrados en el ataque, entonces la CIA y los políticos de Washington son culpables por haber alimentado las fuerzas que llevaron a cabo el ataque más sangriento contra civiles en la historia de los EE.UU.
El escalamiento del militarismo norteamericano invitablemente estará acompañado con la intensificación de los ataques a los derechos democráticos en casa. Las primeras víctimas de la histérica fiebre de guerra fomentada por la media son los árabes-norteamericanos, quienes ya están recibiendo amenazas de muerte y otro tipo de vejaciones verbales.
Los llamados de los políticos demócratas y republicanos a declarar la guerra presagia mayores actos violentos contra los que se oponen a la política exterior norteamericana. El general Norman Schwarzkopf, comandante de las tropes norteamericanas durante la invasión de Irak en 1991, habló por muchos de la elite política y militar cuando dijo en televisión que la guerra contra los que apoyen a los terroristas será conducida dentro y fuera de las fronteras estadounidenses.
Son estas políticas de los EE.UU., impulsadas por los intereses estratégicos y financieros de la elite dirigente, que sientan las bases para la pesadilla que vivimos el martes pasado. Las acciones que el gobierno de Bush está contemplando—insinuadas en la amenaza del presidente de “no hacer ninguna distinción entre los terroristas que cometieron estos actos y aquellos que los protegen”—sólo servirá para crear el escenario para catastrofes aun mayores.