Este mes se celebra el centenario del congreso fundacional del Partido Comunista de China (PCCh), que inició en una escuela para niñas en Shanghái en julio de 1921. Inspirado por la Revolución rusa de 1917, fue un evento con una importancia histórico-mundial, un punto de inflexión crucial en la lucha prolongada del pueblo chino contra la opresión de clase y el dominio imperialista.
Las concepciones revolucionarias que guiaron la fundación del PCCh hace cien años contrastan marcadamente con la hipocresía y las falsificaciones que caracterizan las celebraciones oficiales del centenario que están destinadas a levantar la posición del partido ante el público y, en particular, la del presidente Xi Jinping.
La televisión China está inundada por dramas de la historia del partido. En los barrios de las ciudades de todo el país se están realizando seminarios. El “turismo rojo” está siendo promovido, instando a las secciones del partido, las unidades laborales y los clubes locales a visitar los sitios asociados a la historia del PCCh, incluyendo el lugar de nacimiento de Mao Zedong. Los cinemas tienen obligado presentar dos veces por semana filmes que glorifican el PCCh y los teatros están presentando óperas supuestamente revolucionarias. En todas partes se han colocado las ochenta consignas nuevas, como “Sigue el partido por siempre” y “Ninguna fuerza puede detener la marcha del pueblo chino”.
Y la lista de medidas continúa, todas para aclamar el nacionalismo chino y el papel del PCCh en poner fin a la subordinación humillante de China en los siglos diecinueve y veinte ante las potencias imperialistas y en construir la nación china. Los estudiantes de escuela tienen que escribir ensayos sobre el “Sueño chino” de Xi de transformar China en una gran potencia en la palestra internacional. Las clases para adultos ofrecen descuentos por ensayos que celebren la ideología maoísta y “El pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era”.
Detrás de estas extravagantes mentiras nacionalistas yace un nerviosismo en el aparato del PCCh de que el centenario pondrá en cuestión de manera crítica la sarta de mentiras que componen la historia oficial del partido. El 9 de abril, el Centro de Reportes de Información Ilegal e Insalubre, una división del aparato de vigilancia en línea de China, añadió una nueva capa a su ya extensa censura, anunciando una nueva instalación para combatir el “nihilismo histórico”. Se les insta a los ciudadanos a reportar publicaciones en línea que supuestamente distorsionen la historia del PCCh, ataquen su dirección o ideología o “calumnien a los mártires heroicos”.
Hay buenas razones para preocuparse, particularmente en condiciones de amplio disgusto con la corrupta burocracia del PCCh, que representa abiertamente los intereses de las capas más ricas de la población. Toda la celebración oficial está basada en la mentira descarada de que el partido sigue siendo fiel a los principios fundacionales. En realidad, el PCCh renunció hace mucho el programa del internacionalismo socialista sobre el cual se basó.
El 23 de julio de 1921 —no el 1 de julio, una anomalía que el PCCh nunca corrigió— arrancó el congreso fundacional del Partido Comunista de China en un dormitorio del Liceo Bowen para Mujeres, en la concesión francesa de Shanghái, pasando luego a una casa privada. Hubo doce delegados —dos provenientes de Shanghái, Beijing, Wuhan, Changsha y Jinan— así como dos representantes de la Tercera Internacional o Comintern, Henk Sneevliet, conocido como Maring, y Vladimir Neiman, conocido en China como Nikólski. También se encontraba presente un representante especial de Chen Duxiu, quien no pudo asistir pero fue electo presidente fundacional del PCCh.
Mientras que la propaganda actual del PCCh presenta el congreso como una cuestión china, la fundación del Partido Comunista en China, así como en los otros países, reflejó el enorme impacto internacional de la Revolución rusa de octubre de 1917 y el establecimiento del primer Estado obrero por parte del Partido Comunista encabezado por Vladímir Lenin y León Trotsky. El manifiesto del congreso fundacional de la Tercera Internacional en marzo de 1919 hizo un llamamiento a las masas de los países coloniales, declarando: “Esclavos coloniales de África y Asia: la hora de la dictadura proletaria también será la hora de su liberación”.
A los intelectuales y jóvenes en China que buscaban una forma de combatir la opresión semicolonial del país les atrajo enormemente este mensaje. La revolución china de 1911 convirtió a Sun Yat-sen, quien había formado el partido nacionalista burgués Kuomintang (KMT), en presidente provisional de una “República de China” pero no pudo unir al país ni poner fin al dominio imperialista. Después de la Primera Guerra Mundial, las mayores potencias victoriosas de la conferencia de paz de Versalles en 1919 respaldaron los reclamos territoriales de Japón sobre la provincia de Shandong, tomada de Alemania. Cuando la decisión se dio a conocer, hubo amplias protestas y huelgas el 4 de mayo de 1919. Lo que se llegó a conocer como el movimiento de 4 de mayo surgió de los sentimientos antiimperialistas, pero llevó a un fermento intelectual y político mucho más amplio, que protagonizaron Chen Duxiu y su colaborador Li Dazhao.
Un artículo reciente publicado por la agencia de noticias de propiedad estatal Xinhua, en su serie “Lecciones del centenario del PCCh”, declara que el objetivo de la fundación del partido en 1921 era “un gran rejuvenecimiento de la nación china”. Continúa: “[El PCCh] cargó con las tareas históricas de salvar el país, revitalizarlo, enriquecerlo y empoderarlo; siempre será la vanguardia de la nación china y el pueblo chino; forjará un monumento histórico, sobre el cual se conmemorarán sus grandes logros por miles de años”.
Esta glorificación del nacionalismo chino es completamente ajena a los conceptos que guiaron la fundación del PCCh, derivados de la Revolución rusa y la intervención de la Tercera Internacional en China. Aquellos jóvenes e intelectuales que procedieron del movimiento del 4 de mayo a formar el partido estaban convencidos de que la lucha contra el imperialismo era inseparable de la lucha internacional por derrocar el capitalismo y establecer el socialismo. Su objetivo era la revolución socialista mundial, no el concepto reaccionario nacionalista —“el rejuvenecimiento de la nación china”— que es el elemento central del “sueño” de Xi.
Los documentos del primer congreso en 1921 definían los principios básicos del partido: el derrocamiento del capitalismo por parte de la clase obrera y el establecimiento de la dictadura del proletariado, desembocando en la dictadura del proletariado, una abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la unidad con la Tercera Internacional.
Un examen objetivo del PCCh en la actualidad desmiente que sigue luchando por estos objetivos. El PCCh no es un partido del proletariado, sino un aparato burocrático que gobierna China. Incluso según sus propias cifras oficiales, los trabajadores apenas componen el 7 por ciento de los miembros del partido, el cual está abrumadoramente dominado por funcionarios estatales e incluso a algunos de los milmillonarios más ricos de China. Los sindicatos controlados por el Estado vigilan a la clase obrera y suprimen cualquier oposición de los trabajadores a sus condiciones oprimidas.
La afirmación de que China, con sus enormes corporaciones privadas, bolsas de valores y acaudalados multimilmillonarios, donde las ganancias privadas y el mercado dominan todos los aspectos de la vida, representa “el socialismo con características chinas” es una farsa. El “sueño” de Xi de una poderosa nación china no tiene nada que ver con el socialismo ni el comunismo. Representa las ambiciones de los oligarcas superricos y las élites adineradas que salieron de la restauración del capitalismo en China bajo Deng Xiaoping a partir de 1978.
Según la política actual del Gobierno chino, la fundación del PCCh en 1921 no estuvo impulsado ni siquiera por un rastro de internacionalismo. El objetivo del PCCh hoy no es derrocar el imperialismo sino abrirse un lugar prominente en el orden capitalista mundial. No defiende ni apoya una revolución socialista en ninguna parte del mundo, ante todo en China, donde utiliza su enorme aparato de Estado policial para reprimir cualquier muestra de oposición, incluso la más limitada.
La interrogante más importante que enfrentan los trabajadores, jóvenes e intelectuales en China que quieran luchar por el socialismo auténtico es cuál perspectiva guiará su lucha. La respuesta a esta pregunta requiere asimilar cómo y por qué el PCCh pasó de ser un partido revolucionario que luchaba por derrocar el capitalismo a su completo opuesto.
Hay tres momentos clave que sobresalen en la historia larga y compleja del partido.
La segunda revolución china (1925-27)
El primero es la segunda revolución china de 1925-27 y su trágica derrota. La principal responsabilidad política del aplastamiento de este movimiento enormemente revolucionario recae en la burocracia emergente en Moscú liderada por Stalin. En el contexto de la derrota de las revoluciones en Europa y del continuo aislamiento del Estado obrero, la burocracia abandonó el internacionalismo socialista en el cual se basó la Revolución y avanzó, en su lugar, la perspectiva reaccionaria del “socialismo en un solo país”.
Para ello, el aparato estalinista transformó la Internacional Comunista del medio para avanzar la revolución socialista mundial en un instrumento de política exterior soviético por medio del cual se subordinó a la clase obrera en un país tras otro a alianzas oportunistas con partidos y organizaciones supuestamente de izquierda.
El impacto de esto sobre el Partido Comunista de China, joven y sin experiencia, fue inmediato. En 1923, el Comintern insistió, frente a la oposición de los líderes del PCCh, de que el partido se disolviera y entrara individualmente en el partido burgués KMT, describiéndolo como “el único grupo nacional revolucionario serio en China”.
Esta instrucción contradecía la experiencia entera de la Revolución rusa, la cual se llevó a cabo oponiéndose irreconciliablemente con la “burguesía liberal”. Era un retorno a la teoría de dos etapas de los mencheviques, quienes sostenían que, en la lucha contra la autocracia zarista en Rusia, la clase obrera no podía hacer más que ayudarles a los kadetes liberales en el establecimiento de una república burguesa — posponiendo la lucha por el socialismo a un futuro indefinido— como segunda etapa.
Cuando el Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética discutió el tema a inicios de 1923, León Trotsky fue el único miembro que se opuso y votó en contra de ingresar en el KMT. Lenin se encontraba incapacitado debido a una serie de infartos a partir de mayo de 1922. En su “Proyecto de Tesis sobre Cuestiones Nacionales y Coloniales” escrito en 1920, Lenin había insistido en que el proletariado, mientras apoyaba a los movimientos antiimperialistas, debía mantener su independencia política respecto a todas las facciones de la burguesía nacional.
En su Teoría de la Revolución Permanente, que guio la Revolución rusa, Trotsky demostró la incapacidad orgánica de la burguesía nacional para llevar a cabo las tareas democráticas básicas, las cuales solo podía completar el proletariado como parte de la lucha por el socialismo. Posteriormente en 1923, crearía la Oposición de Izquierda para defender los principios del internacionalismo socialista contra su renuncia por parte de la burocracia estalinista.
La subordinación del PPCh y, por ende, de la clase obrera china al KMT tendría consecuencias devastadoras para el movimiento revolucionario de masas, el cual involucró huelgas y protestas que estallaron en 1925 tras el asesinato a tiros de manifestantes en Shanghái por parte de la policía municipal británica el 30 de mayo. A pesar de la imposición de restricciones cada vez estrictas a las actividades políticas de los miembros del PCCh dentro del KMT —dirigido ahora por Chiang Kai-shek— Stalin se opuso a cualquier ruptura con el KMT y continuó pintando a este partido burgués de brillantes colores “revolucionarios”.
En 1927, Trotsky desmintió la afirmación de Stalin de que la lucha contra el imperialismo impulsaría a la burguesía china a desempeñar un papel revolucionario, explicando:
La lucha revolucionaria contra el imperialismo no debilita, sino que fortalece las diferencias políticas entre las clases… Levantar realmente a los trabajadores y campesinos en contra del imperialismo solo es posible conectando sus intereses vitalicios básicos y más profundos con la causa de la liberación del país… Pero todo lo que levanta a las masas oprimidas y explotadas inevitablemente empuja a la burguesía nacional a un bloque abierto con los imperialistas. La opresión imperialista no debilita la lucha de clases entre la burguesía y las masas de trabajadores y campesinos. Todo lo contrario, la intensifica hasta el punto de una sangrienta guerra civil en todo conflicto serio.
Esta advertencia fue confirmada trágicamente. Al subordinar el PCCh al KMT, Stalin se convirtió en el sepulturero de la revolución, facilitando la masacre de abril de 1927 de miles de trabajadores y miembros del PPCh en Shanghái a manos de Chiang Kai-shek y sus ejércitos y la posterior masacre de trabajadores y campesinos por parte del llamado Kuomintang de Izquierda en mayo de 1927. Stalin luego tomó un giro completo y, durante el desvanecimiento de la marea revolucionaria, arrojó al apabullado Partido Comunista de China a una serie de aventuras desastrosas.
Estas derrotas catastróficas, que tendrían un impacto de tanto alcance en la historia del siglo veinte, efectivamente puso fin al PCCh como partido de masas de la clase obrera china.
Lejos de extraer las lecciones políticas necesarias de esta experiencia trágica, Stalin insistió en que sus políticas habían sido correctas y acusó al líder del PCCh como chivo expiatorio por las derrotas. Chen y otros dirigentes prominentes del PCCh que buscaban respuestas sobre lo planteado por la segunda revolución china, gravitaron hacia los escritos de Trotsky y formaron la Oposición de Izquierda china y luego una sección de la Cuarta Internacional establecida por Trotsky en 1938, en oposición a las monstruosas traiciones del estalinismo en China e internacionalmente.
Aquellos que permanecieron en el PCCh defendieron a Stalin y sus crímenes sin reservas, incluyendo la teoría menchevique de dos etapas, y se replegaron al campo. Mao Zedong, quien eventualmente asumiría la dirección indiscutida del PCCh en 1935, sacó la conclusión antimarxista de las derrotas de la década de 1920 de que la principal fuerza en la revolución china era el campesinado, no el proletariado.
La tercera revolución china de 1949
Esto iba a tener consecuencias de gran alcance para la tercera revolución china de 1949, el segundo gran punto de inflexión en la historia del PCCh.
Mientras que Trotsky estaba plenamente consciente de la importancia democrático-revolucionaria de las luchas del campesinado en China y de la necesidad de que la clase obrera ganara el apoyo de las masas campesinas, hizo una advertencia sumamente presciente sobre lo que implicaba intentar substituir el proletariado por el campesinado como la base social del movimiento revolucionario socialista.
En una carta de 1932 a los simpatizantes chinos de la Oposición de Izquierda, Trotsky escribió:
El movimiento campesino es un factor revolucionario poderoso en la medida en que sea dirigido en contra de los grandes terratenientes, los militaristas, los feudalistas y usureros. Pero, dentro del mismo movimiento campesino existen tendencias propietarias y reaccionarias muy poderosas y, en cierto instante, puede volverse hostil en contra de los trabajadores y prolongar esa hostilidad al estar ya equipado con armas. Aquella persona que olvide la naturaleza dual del campesinado no es un marxista. Hay que enseñarles a los trabajadores avanzados a identificar los procesos sociales reales respecto a las categorías y consignas “comunistas”.
Trotsky advirtió que los ejércitos campesinos encabezados por Mao podrían ser transformados en un enemigo abierto del proletariado, movilizando al campesinado contra los trabajadores y su vanguardia marxista representada por los trotskistas chinos.
La derrota del KMT, la toma del poder por parte del PCCh y su proclamación de la República Popular China en octubre de 1949 fueron el resultado de un levantamiento revolucionario trascendental en la nación más poblada del planeta. Formó parte de los movimientos revolucionarios y anticoloniales que estallaron tras la Segunda Guerra Mundial, reflejando la determinación del pueblo trabajador a poner fin al sistema capitalista que había engendrado dos guerras mundiales y la Gran Depresión.
A causa del dominio político del PCCh, la Revolución china fue un fenómeno contradictorio que es muy poco entendido. Siguiendo la línea dictada por Stalin que resultó en las derrotas de los movimientos revolucionarios de la posguerra, particularmente en Europa, Mao y el PCCh mantuvieron su alianza oportunista con el KMT, forjada en 1937 en oposición a la invasión japonesa de China, e intentaron formar un Gobierno de coalición. No fue hasta que Chiang Kai-shek y el KMT emprendieron acciones militares contra el PCCh que Mao llamó finalmente a derrocarlos en octubre de 1947 y a construir una “Nueva China”.
El rápido colapso del régimen del KMT en los dos años siguientes evidenciaron su podredumbre interna y la bancarrota del capitalismo chino, lo que generó una amplia oposición, incluyendo huelgas en la clase trabajadora. Sin embargo, el PCCh no avanzó ninguna orientación hacia la clase obrera e insistió en que esperara pasivamente a que los ejércitos de Mao basados en el campesinado entraran en las ciudades. Siguiendo la teoría menchevique-estalinista de dos etapas, la perspectiva de una “Nueva China” de Mao correspondía a la de una república burguesa en la que el PCCh mantendría las relaciones de propiedad capitalista y alianzas con los restos de la clase capitalista china, la cual había huido en su mayoría a Taiwán con el KMT.
El programa de Mao condujo a la deformación de la revolución. Mantener las relaciones de propiedad capitalista significaba la supresión burocrática de las demandas y luchas de los trabajadores. El aparato estatal estalinista conformado por la cúpula de los ejércitos campesinos y que se apoyaba en ellos era profundamente hostil a la clase trabajadora. Los trabajadores no fueron reclutados al PCCh para darle a la clase obrera una voz política, sino para afianzar su control sobre la clase obrera.
Mao había afirmado que la etapa “democrática” de la revolución duraría muchos años. No obstante, en menos de un año, el PCCh enfrentó la amenaza de un ataque militar del imperialismo estadounidense, que había lanzado la guerra de Corea en 1950. Conforme avanzaba la guerra y China se vio obligada a intervenir, se enfrentó a un sabotaje interno de capas de la clase capitalista que vieron los ejércitos encabezados por EE.UU. en Corea como posibles liberadores. Ante una posible invasión de EE.UU., el régimen maoísta se vio obligado a irrumpir rápidamente en la empresa privada e instituir una planificación económica burocrática al estilo soviético.
Al mismo tiempo, con temor hacia la clase obrera, el régimen maoísta reprimió a los trotskistas chinos, arrestando a cientos de miembros, sus familias y simpatizantes en operaciones nacionales entre el 22 de diciembre de 1952 y el 8 de enero de 1953. Muchos de los trotskistas más prominentes permanecieron en la cárcel por décadas sin ser nunca sometidos a cargos.
En una resolución de 1955, los trotskistas estadounidenses del Socialist Workers Party [1] caracterizaron China como un Estado obrero deformado. La nacionalización de la industria y los bancos, junto con la planificación económica burocrática, habían sentado las bases de un Estado obrero, pero desde su incepción se encontraba deformado por el estalinismo. La Cuarta Internacional defendió incondicionalmente las relaciones de propiedad nacionalizadas establecidas en China. No obstante, al mismo tiempo, reconoció que los orígenes burocráticamente deformes del régimen maoísta constituían su aspecto dominante, lo que significaba que su derrocamiento a través de una revolución política era la única forma de avanzar hacia la construcción del socialismo en China, como una parte integral de la lucha por el socialismo internacionalmente.
Con justa razón, la Revolución china de 1949 es vista por los trabajadores y jóvenes chinos como un avance enorme. Puso fin al dominio y la explotación directos del imperialismo y, en respuesta a las aspiraciones sociales del movimiento revolucionario de los trabajadores y campesinos, el PCCh se vio obligado a eliminar muchos de los factores social y culturalmente retrógrados de la sociedad china, incluyendo la poligamia, los compromisos matrimoniales infantiles, el vendado de pies y el concubinato. El analfabetismo fue en gran medida abolido y la esperanza de vida aumentó significativamente.
Sin embargo, la perspectiva estalinista del PCCh del “socialismo en un solo país” condujo a China en un periodo sumamente corto a un callejón sin salida económica y su aislamiento internacional después de la ruptura sino-soviética de 1961-63. Dentro del marco de la autarquía nacional, la dirigencia maoísta fue incapaz de encontrar una solución a los problemas de China y su desarrollo.
El resultado fue una seria de disputas facciosas enconadas y destructivas según el PCCh debatía una salida a sus dilemas. Esto dio paso a un desastre tras otro derivados de la perspectiva nacionalista del partido y de los intentos de Mao a superar los problemas del desarrollo de China por medio de maniobras subjetivas y pragmáticas.
Esto incluyó el catastrófico “Gran Salto Adelante” de Mao que produjo una hambruna masiva, y la Gran Revolución Cultural Proletaria, que no fue ni grandiosa, ni proletaria ni revolucionaria. Los intentos de Mao de movilizar a los estudiantes, elementos del lumpenproletariado y los campesinos en las Guardias Rojas a fin de ajustar cuentas con sus rivales resultó en un absoluto desastre. Acabó con el uso del ejército para reprimir a los trabajadores que habían hecho huelga.
El giro hacia la restauración del capitalismo en los años setenta
Los trabajadores chinos necesitan distinguir acentuadamente entre la revolución necesaria y justa de 1949 y el carácter reaccionario de la Revolución Cultural, cuyos estragos tan solo prepararon el tercer punto de inflexión histórico: la restauración capitalista y el desmantelamiento sistemático de las conquistas de la Revolución china de 1949.
Varias tendencias neomaoístas buscan presentar a Mao como un revolucionario socialista y marxista auténtico, cuyas ideas fueron traicionadas por otros, particularmente Deng Xiaoping, quien introdujo las primeras reformas promercado en 1978.
En realidad, fue el propio Mao quien abrió el camino a la restauración capitalista. Ante los problemas económicos y sociales cada vez mayores y la amenaza de guerra con la Unión Soviética, Beijing forjó una alianza antisoviética con el imperialismo estadounidense que sentó las bases para la integración de China en el capitalismo mundial. El acercamiento de Mao al presidente estadounidense Richard Nixon en 1972 fue la condición previa esencial para la inversión extranjera y el aumento del comercio con Occidente. En política exterior, el régimen maoísta se alineó con algunas de las dictaduras más reaccionarias afincadas en Estados Unidos, como las del general Augusto Pinochet en Chile y el sha en Irán.
Si las relaciones con Estados Unidos no hubieran dado acceso al capital y a los mercados extranjeros, Deng no habría podido lanzar su amplio programa de “reforma y apertura” en 1978, que incluía zonas económicas especiales para inversores extranjeros, empresas privadas en lugar de comunas en el campo y la sustitución de la planificación económica por el mercado. El resultado fue una gran expansión de la empresa privada, especialmente en el campo, el rápido aumento de la desigualdad social, el saqueo y la corrupción por parte de los burócratas del partido, el aumento del desempleo y el incremento de la inflación que condujeron a la ola nacional de protestas y huelgas de 1989. La brutal represión de las protestas por parte de Deng, no solo en la plaza de Tiananmén sino en ciudades de toda China, abrió la puerta a una avalancha de inversores extranjeros, que comprendieron que se podía confiar en el PCCh para vigilar a la clase trabajadora.
El papel reaccionario del maoísmo encuentra su expresión más evidente en las terribles consecuencias internacionales de su ideología estalinista del “socialismo en un solo país” y del “bloque de cuatro clases”, que subordinan a la clase obrera a la burguesía nacional. En Indonesia, esta política dejó a la clase obrera políticamente desarmada ante un golpe militar que condujo al exterminio de un millón de trabajadores. El maoísmo ha llevado a derrotas y traiciones similares en el sur de Asia, Filipinas y América Latina.
Xi y otros líderes chinos se jactan de los logros económicos de lo que se llama absurdamente “socialismo con características chinas”.
El hecho de que se vean obligados a seguir hablando de socialismo e incluso a proclamar que sus políticas capitalistas se guían por el marxismo es testimonio de la perdurable identificación de las masas chinas con los logros de la revolución de 1949. El asombroso desarrollo económico de China en las últimas tres décadas refleja de forma contradictoria el impacto de la revolución china. No habría sido posible sin las profundas reformas sociales introducidas por esa revolución.
Para comprender la importancia de la revolución china, basta con preguntarse: ¿por qué no se ha producido un desarrollo semejante en la India? El contraste entre ambos países se ha manifestado de forma clara en la pandemia del COVID-19, que fue contenida por China desde el principio, mientras se ha extendido sin control en la India, superando la cifra de 400.000 muertos.
El innegable desarrollo económico de China ha ampliado enormemente las filas de la clase trabajadora, al tiempo que ha mejorado las condiciones sociales de importantes segmentos de la población trabajadora.
A pesar de este desarrollo, China se enfrenta hoy a todas las contradicciones y consecuencias del giro hacia el capitalismo que no pueden resolverse en el marco del maoísmo ni de las políticas actuales del PCCh en el poder.
China se enfrenta a un precio terrible por su integración en la economía capitalista mundial y la entrada masiva de capital y tecnología extranjeros para explotar la mano de obra barata china. El crecimiento económico no ha hecho más que exa
cerbar las contradicciones del capitalismo chino, generando inmensas tensiones sociales y alimentando una profunda crisis política.
Aunque el PIB per cápita de China ha aumentado, sigue estando muy por detrás de muchas otras naciones y solo ocupa el puesto 78 del mundo. Este año, en vísperas de las celebraciones del centenario, Xi se jactó de que China había abolido la “pobreza absoluta”, pero las estadísticas, basadas en una medida muy austera, son muy cuestionables y la pobreza sigue siendo generalizada. Además, el abismo entre ricos y pobres es más grande que nunca, ya que la asombrosa riqueza de los multimilmillonarios de China sigue creciendo en medio de la pandemia de COVID-19, que ha afectado mucho a la población en general.
En definitiva, las cuestiones históricas que motivaron la revolución china —la independencia del imperialismo, la unificación nacional y la ruptura del dominio de los capitalistas compradores— siguen sin resolverse.
De hecho, se plantean hoy de forma aún más aguda, debido a la dependencia de la economía capitalista de China de un mercado capitalista global y al cerco militar del imperialismo, dirigido por Estados Unidos. Taiwán, que se está convirtiendo en un Estado nacional cada vez más hostil, se está volviendo un foco de conflicto de una posible guerra mundial. Toda la perspectiva avanzada por el maoísmo de un desarrollo nacional independiente se ha agotado completamente.
Dentro de la propia China, el PCCh promueve el nacionalismo basado en la mayoría Han. Si bien la propaganda reaccionaria del imperialismo sobre un “genocidio” uigur es digna de desprecio, el fomento del nacionalismo por parte del PCCh no desempeña ningún papel progresista en lo que es una sociedad vasta, multilingüe y multiétnica.
En todas sus contradicciones y complejidad, la historia de China ha confirmado la tesis de la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky de que en los países con un desarrollo capitalista tardío, sometidos a la opresión imperialista, las tareas democráticas y nacionales básicas solo pueden llevarse a cabo mediante una revolución socialista, dirigida por la clase obrera y apoyada por el campesinado, como parte de la lucha por el socialismo mundial.
Este camino de la revolución socialista mundial es un anatema para el PCCh y las capas capitalistas que representa.
El PCCh no tiene otra solución para las crecientes tensiones sociales y las señales cada vez mayores de oposición que los métodos represivos del estalinismo: la censura generalizada, las detenciones arbitrarias y el aplastamiento violento de las protestas y las huelgas. El propio PCCh está sumido en corrupción y las luchas entre facciones que amenazan con dividirlo. Xi ha surgido como una figura bonapartista, manteniendo el equilibrio entre facciones rivales que confían en él para mantener unido al partido. La glorificación de Xi, al que se le llama habitualmente el “centro” y se le aclama como el segundo después de Mao, no se debe a su fuerza política personal, sino que refleja la profunda crisis que sacude al partido.
Todo esto se ve agravado por la confrontación cada vez más agresiva del imperialismo estadounidense con China durante la última década, iniciada por el presidente Obama y acelerada bajo Trump y ahora Biden. Habiendo ayudado a impulsar las décadas de crecimiento económico de China, todas las facciones de la clase dominante estadounidense consideran ahora a China como la principal amenaza para la hegemonía global de Estados Unidos y se están preparando para utilizar todos los métodos, incluida la guerra, para subordinar a China al “sistema internacional basado en reglas”, es decir, el orden establecido por Washington tras la Segunda Guerra Mundial.
La perspectiva del PCCh de “coexistencia pacífica” con el imperialismo y el ascenso pacífico de China para asumir un lugar en el orden capitalista mundial ha quedado hecha trizas. Biden, respaldado por los demócratas y los republicanos, está reuniendo a los aliados de Estados Unidos y destinando cientos de miles de millones de dólares a armarse para la guerra contra China. Al mismo tiempo, Washington está tratando de aprovechar las tensiones dentro de China, alimentadas por la represión de mano dura del PCCh de las tendencias separatistas étnicas, en un intento de debilitar y fracturar el país.
Ante el peligro inminente de una guerra catastrófica, la dirección del PCCh concibe la defensa de China en términos militares y de política exterior, fortaleciendo sus fuerzas armadas y promoviendo su “Iniciativa de la Franja y la Ruta”. Por un lado, intenta apaciguar al imperialismo estadounidense y llegar a un nuevo acuerdo. Por otro lado, pretende emprender una inútil carrera armamentística y azuzar el nacionalismo y el chovinismo que solo puede acabar en desastre. Habiendo renunciado hace tiempo al internacionalismo socialista sobre el cual se fundó, el PCCh es orgánicamente incapaz de hacer ningún llamamiento a la clase obrera internacional para construir un movimiento antibélico unificado basado en la lucha por el socialismo.
Ninguno de los enormes problemas a los que se enfrenta la humanidad —la guerra, la catástrofe ecológica, las crisis sociales ni la pandemia del COVID-19— puede resolverse en el marco del capitalismo y su caduca división del mundo en Estados nación rivales. El reto al que se enfrentan los trabajadores, los intelectuales y los jóvenes de China que buscan una solución progresista es rechazar el sucio nacionalismo azuzado por el aparato del PCCh y volver al camino del internacionalismo socialista que constituyó la base de la fundación del partido en 1921.
Esto significa reforzar el vínculo entre la clase obrera china y el movimiento trotskista mundial, representado por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI). Exhortamos a los trabajadores y a la juventud a que estudien la historia de la IV Internacional y las lecciones políticas de sus décadas de lucha por los principios marxistas en oposición al estalinismo y sus mentiras y falsificaciones históricas. Sobre todo, los llamamos a que se pongan en contacto con el CICI y comiencen el proceso de establecer una sección china para luchar por su perspectiva revolucionaria.
Notas finales:
[1] El Socialist Workers Party (SWP; Partido de los Trabajadores Socialistas) en los Estados Unidos dirigió la lucha para formar el Comité Internacional de la Cuarta Internacional en 1953 contra una tendencia oportunista dirigida por Michel Pablo y Ernest Mandel que rechazaba la caracterización de Trotsky del estalinismo como una tendencia contrarrevolucionaria y afirmaba que se podía presionar a las burocracias estalinistas de Moscú y Beijing para que adoptaran una orientación revolucionaria. En 1963, el SWP abandonó la lucha contra el oportunismo, rompió con el CICI y se unificó con los pablistas sin ningún tipo de discusión sobre las diferencias políticas que habían surgido en 1953.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 30 de junio de 2021)