El miércoles, el Gobierno de Biden respaldó los bombardeos israelíes contra mujeres y niños en campos de refugiados en Rafah que mataron a 45 personas el domingo y 21 el martes.
Los bombardeos, según el vocero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby, fueron “limitados”, “precisos” y lograron su objetivo de “matar a operadores de Hamás y una base de Hamás”. Al respaldar estas masacres y el ataque más amplio de Israel contra Rafah, el Gobierno de Biden afirmó su derecho a patrocinar crímenes de guerra y un genocidio a una escala ilimitada.
A la pregunta de un periodista: “¿Cuántos cadáveres calcinados más tiene que ver antes de que el presidente considere un cambio?”. Kirby declaró sin rodeos que “no habrá cambios de política”.
Cuando se le preguntó a Kirby si la Casa Blanca haría algo en respuesta a las condenas contra Israel y Estados Unidos tras los ataques, respondió:
El presidente no toma decisiones ni ejecuta políticas basándose en sondeos de opinión pública. Basa sus decisiones en nuestros propios intereses de seguridad nacional.
Esta declaración es una admisión pública por parte del Gobierno de que está desafiando conscientemente las opiniones de la gran mayoría de la población, que se opone abrumadoramente al patrocinio estadounidense del genocidio en Gaza.
Además, afirma como principio fundamental que las acciones del Gobierno no están determinadas por la voluntad del pueblo, sino por los intereses de “seguridad nacional” del Estado, es decir, los intereses globales de la oligarquía financiera en cuyo nombre gobierna el Estado.
En respuesta a la declaración de Kirby, Joseph Kishore, candidato del Partido Socialista por la Igualdad a la presidencia de Estados Unidos, explicó: “No se puede tener una declaración más clara de que las protestas masivas contra el genocidio y la guerra mundial en expansión no cambiarán la política del Gobierno, que está dictada por las élites capitalistas gobernantes”.
Kishore añadió: “Alguien podría recordarle a Kirby la Declaración de Independencia, que afirma: “Que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla...”.
El Gobierno de Biden está promoviendo el concepto de que la “democracia” es un Gobierno que hace lo que quiere, en el que las elecciones son una formalidad para proporcionar una hoja de parra de legitimidad a políticas opuestas por la gran mayoría de la población.
¿Cuándo, durante su campaña electoral en 2020, dijo Biden al público que sería su intención permitir que Israel masacrara a decenas de miles de palestinos y sometiera a una población de dos millones a una hambruna?
Además, en la forma de gobierno representativa, la voluntad popular se expresa teóricamente a través de la protesta o, en el lenguaje de la Primera Enmienda, “el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y a solicitar al Gobierno la reparación de agravios”.
Pero en Estados Unidos se está criminalizando la reunión pacífica. En los últimos dos meses, casi 3.000 estadounidenses han sido detenidos por manifestarse pacíficamente contra el genocidio de Gaza.
El Gobierno estadounidense está adoptando una visión totalitaria de la sociedad, en la que la preservación de los intereses de seguridad nacional del Estado –como guardián de los intereses de la oligarquía financiera— es su razón de ser fundamental, y toda oposición debe ser suprimida por la fuerza.
Esta concepción se articuló en un debate a principios de este mes entre el exjefe del Estado Mayor Conjunto Mark Milley y Alex Karp, director ejecutivo de la empresa contratista de defensa Palantir. Karp declaró que las protestas contra la guerra eran “una infección dentro de nuestra sociedad... Si quieres detener a esta gente, tienes que estar dispuesto a ser feroz”.
El genocidio en Gaza marca un importante punto de inflexión en la aceptación de la criminalidad desnuda en el extranjero y de la dictadura en casa. Los crímenes masivos que se están llevando a cabo en Gaza son la preparación de crímenes aún mayores que están por venir, en medio de un impulso frenético para intensificar la guerra en todo el mundo. El militarismo desenfrenado y la barbarie imperialista están siendo promovidos por todas las instituciones del dominio de clase, y los medios de comunicación están desempeñando el papel que les corresponde.
En un artículo publicado el miércoles, el columnista del New York Times Bret Stephens condenó cualquier restricción en la conducción de la guerra, ya sea en el número de civiles que Israel está autorizado a matar o en la escala de una guerra estadounidense con Rusia, que posee armas nucleares.
“Las guerras no son avena; casi nunca aplica el principio del cuento Ricitos de oro y los tres osos de que las cosas queden justamente bien”, afirmó Stephens. “O vas camino a la victoria o vas camino a la derrota”. En otras palabras, cualquier esfuerzo por “limitar” la guerra, ya sea mediante la adhesión al derecho internacional o incluso la autopreservación, es una receta para la derrota. La victoria llega a través de la brutalidad.
Stephens escribió:
Las naciones... tienden a canonizar a los líderes que, ante la terrible elección entre distintos males que presenta toda guerra, eligieron, no obstante, victorias moralmente comprometidas frente a derrotas moralmente puras.
La declaración de Stephens prácticamente plagia un discurso pronunciado en 1939 por Adolf Hitler ante el alto mando alemán, en el que instaba a los militares alemanes a cometer crímenes de guerra y a desafiar las leyes de la guerra reconocidas internacionalmente.
Hitler declaró:
Nuestra fuerza consiste en nuestra velocidad y en nuestra brutalidad. Genghis Khan llevó al matadero a millones de mujeres y niños, con premeditación y un corazón feliz. La historia solo ve en él al fundador de un Estado.
Condenando estas y otras defensas de la criminalidad por parte de los líderes nazis, Serguéi Rudenko, uno de los fiscales en los juicios de Núremberg, dijo:
Los acusados sabían que burlar cínicamente las leyes y costumbres de la guerra constituía el crimen más grave. Lo sabían, pero esperaban que la guerra total, al traer la victoria, también aseguraría su inmunidad. Pero la victoria no llegó tras sus crímenes.
El giro abierto hacia la violencia militar y la dictadura interna constituye la marca de un orden social en decadencia terminal.
En tiempos de guerra, el Estado se muestra abiertamente como una herramienta de dominación de clase. La tarea no es apelar al Estado y a sus instituciones, sino desarrollar un movimiento social capaz de oponerse a todo el aparato estatal y a la clase social dominante que representa.
Esa fuerza social es la clase obrera internacional, que posee el poder económico y social para derrotar a la élite gobernante capitalista. Es a la clase obrera a la que hay que movilizar y hacer consciente de la conexión entre sus intereses en la lucha contra la explotación capitalista y la oposición a la guerra imperialista, que se unen en la lucha por abolir el capitalismo e instaurar el socialismo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 29 de mayo de 2024)