El miércoles por la tarde, el presidente Joe Biden dio un discurso del Día del Trabajo que contaba un cuento de hadas sobre el papel de los sindicatos contemporáneos.
Los sindicatos, según Biden, son los principales defensores de los derechos de los trabajadores en la actualidad. Han garantizado “seguros médicos, pensiones, salarios más altos con lugares de trabajo más seguros que nos protegen de la discriminación y el hostigamiento… la jornada de ocho horas, un fin de semana, la tasa de 1,5 veces el sueldo por horas extra, estándares de seguridad, licencias remuneradas por enfermedad, victorias para todos nosotros”.
Biden, quien ha dedicado toda su vida adulta a recortar programas sociales y avanzar los intereses de los bancos y las empresas de tarjetas de crédito de Delaware, hizo sus declaraciones en la Casa Blanca frente a un conjunto de ejecutivos de los sindicatos UAW, USW, SEIU, AFT y muchos otros. Todos estos oficiales, cuyos salarios anuales son de $200.000 a $500.000, están de acuerdo con que la vida dentro de un sindicato es fantástica. “Los trabajadores que se unen a los sindicatos ganan poder… En una simple palabra, un sindicato significa que hay democracia”, dijo Biden ante su público cautivo. “Ustedes les dieron a los trabajadores una voz, ustedes honran la dignidad del trabajador estadounidense”.
En la medida en que el presidente concluía su cuento de hadas y se entremezclaba con los burócratas seleccionados, el UAW “honraba la dignidad” de 3.500 trabajadores ordenándoles que sigan trabajando después de que rechazaran un contrato superexplotador por un margen de nueve a uno la semana pasada. La votación en contra fue un rechazo valiente del UAW y el USW, que pasaron dos semanas mostrándoles a los trabajadores cómo se ve la “democracia sindical” a través de amenazas, mentiras y, en un caso, presuntamente atacando a un trabajador como un intento para que fuera aprobado el contrato.
La orden de “regreso al trabajo” de dos oraciones expresa el desprecio de los sindicatos a los trabajadores que suprimen. Después de no informarles nada a los trabajadores sobre el contrato y las negociaciones por varias semanas, el aviso del UAW dice, en su totalidad, “El acuerdo tentativo fue rechazado y seguimos trabajando bajo una extensión de día a día. Estamos comenzando a reunirnos con los Locales para identificar los problemas”. La empresa ordenó simultáneamente a los trabajadores a cumplir con horas extra este fin de semana a fin de abastecerse de partes en caso de huelga.
Cuando Biden aclamaba los sindicatos desde las alturas dominantes del poder económico y político, los trabajadores de Dana denunciaban furiosos al UAW y el USW por conspirar con la empresa en su contra. Estos trabajadores perciben el anuncio como una cachetada en la cara. No ven al UAW y el USW como liberadores, sino como opresores. En cuanto a la afirmación de que estas organizaciones protegen la jornada de ocho horas y la semana de 40 horas: en Dana, el UAW y el USW se oponen activamente a estas demandas.
El UAW y el USW obligan a los trabajadores a trabajar bajo condiciones peores a las del siglo diecinueve. Muchos trabajan jornadas de 12 horas o semanas de 84 horas, por varias semanas y meses consecutivos sin ningún día libre remunerado. Les exigen constantemente aceleraciones para producir transmisiones, ejes y otras partes críticas para corporaciones como Ford, General Motors, Stellantis y John Deere, así como para el ejército estadounidense. Muchas plantas son inmundas, calientes y peligrosas. Las lesiones son comunes y la empresa envía a los trabajadores a doctores de la empresa que les dicen que están en condiciones para trabajar. Los trabajadores describen Dana alternamente como un “infierno”, una “prisión”, o un “buque de esclavos”.
Las plantas son placas de Petri para el coronavirus y el UAW y el USW han mantenido a los trabajadores en las plantas durante toda la pandemia mientras las ganancias corporativas se han disparado. Actualmente hay 63 casos activos en la planta de Dana en Dry Ridge, Kentucky, un hecho que pone en peligro a toda la población de la ciudad y la región.
Algunas fábricas mantuvieron plantillas mínimas incluso en la primavera de 2020, cuando las plantas de Ford, GM y Stellantis fueron cerradas. Fue el UAW el que les ordenó a los trabajadores a que volvieran a laborar después de que una serie de huelgas salvajes paralizara la producción en marzo y abril de 2020, posibilitándoles a las empresas levantar las restricciones y reanudar la producción. Los trabajadores de Dana ahora temen enviar a sus hijos de vuelta a las aulas a medida que aparece cada vez más evidencia de que la variante Delta es mortal para los niños. Los principales sindicatos docentes, el American Federation of Teachers (AFT) y el National Educators Association (NEA), están obligando a los maestros a volver a clases pese a las consecuencias mortales. Docenas de maestros y niños han muerto como resultado y millones más se están enfermando.
Lo mismo ocurre con los sindicatos de todos los sectores y países. En Alemania, el jefe de la principal federación sindical está denunciando a los conductores de trenes en huelga que se han visto obligados a soportar el peso de la pandemia. En Brasil, los sindicatos desconvocan las huelgas y frenan a la clase obrera industrial mientras el presidente fascista del país, Jair Bolsonaro, amenaza con instaurar una dictadura. En países como la India, que son demasiado pobres como para tener un acceso masivo a la vacuna, los sindicatos obligan a cientos de millones de personas a trabajar mientras la pandemia devasta a la clase trabajadora. Los sindicatos se apoyan en la violencia, el engaño y el aislamiento para imponer los dictados de los Gobiernos y las empresas.
El problema no es la mala gestión y la solución no consiste en reformas internas ni nuevos funcionarios. Más bien, los sindicatos han pasado de ser organizaciones obreras a ser organizaciones patronales del Estado capitalista, integradas indisolublemente en los partidos capitalistas y en las fuerzas armadas imperialistas. Se dedican a actividades descaradamente criminales contra los trabajadores. Esta semana, dos expresidentes del UAW, Dennis Williams y Gary Jones, comenzaron a cumplir sentencias en prisiones de mínima seguridad “tipo club” por aceptar sobornos corporativos a cambio de traicionar a los trabajadores. Sus penas de prisión son mucho más cortas que la pena de cinco años de cárcel impuesta por el convenio colectivo tentativo, señalan muchos trabajadores de Dana.
Los sindicatos no persiguen una política equivocada. Persiguen los intereses de clase de la capa social acomodada que compone la burocracia sindical. No se trata tanto de “sindicatos” como de frentes laborales corporativistas, organizaciones estatales dedicadas explícitamente a mantener bajo control a la fuerza laboral y suprimir la lucha de clases.
Los sindicatos en su conjunto emplean a miles y miles de personas acomodadas que ocupan puestos clave en el Partido Demócrata, los medios de comunicación corporativos, los organismos gubernamentales y el mundo académico. Controlan inmensas fortunas, adquiridas a través de décadas de cuotas de los trabajadores. El United Auto Workers (UAW) tiene más de 1.100 millones de dólares en activos y emplea a 450 personas que ganan más de 100.000 dólares al año. El sindicato United Steelworkers (USW) tiene activos por valor de más de 1.500 millones de dólares, lo que supone un aumento del 600 por ciento desde el año 2000, un periodo en el que el número de miembros del USW ha disminuido drásticamente.
Esta capa que pertenece al 10 por ciento más rico del país se beneficia de la mayor explotación de la clase trabajadora, de la mano de obra barata, de la reapertura de fábricas y escuelas en la pandemia. La caja negra llamada VEBA de los sindicatos y sus propias carteras de acciones personales dependen del aumento de los márgenes de lucro a expensas de la gran masa de trabajadores de todo el mundo. Estas personas tienen tan poco en común con los trabajadores a los que “representan” como los trabajadores con los propios directores generales.
El sindicato Retail Wholesale and Department Store Union (RWDSU) no pudo ni siquiera reunir el apoyo del 15 por ciento de los trabajadores de Amazon en Bessemer, Alabama, para su campaña de sindicalización. Esto no se debe a que los trabajadores locales no quieran luchar: en los últimos días, los estudiantes de secundaria de Bessemer se declararon en huelga para exigir medidas de seguridad contra el COVID-19, y las enfermeras de la vecina Birmingham iniciaron una huelga en torno a sus salarios y los protocolos sanitarios contra el COVID-19. La cuestión es que los trabajadores ven a los sindicatos cada vez más como obstáculos, y no como vehículos, para el progreso social.
La militancia cada vez mayor de la clase obrera pone muy nerviosa a la clase dirigente y a la clase media-alta acomodada. Los informes del FMI advierten que las huelgas están aumentando y que la economía está en el filo de la navaja, bombeada con dinero gratis de los bancos centrales. En el discurso de Biden el Día del Trabajo, el presidente advirtió que, si hubiere un movimiento de huelgas, “estaríamos en verdaderos problemas”. Añadió a los ejecutivos sindicales reunidos: “A veces subestiman el increíble valor que aportan a la seguridad y al crecimiento de la economía”.
La pseudoizquierda desempeña un papel fundamental en esta operación, apuntalando a los sindicatos y poniendo en la lista negra o denunciando a los trabajadores que emprenden acciones independientes. Grupos como los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés) y Alternativa Socialista, así como publicaciones como Jacobin y Left Voice, presentan a los sindicatos en términos elogiosos. Estas organizaciones han dado prioridad a la Ley PRO, que facilitará las campañas de sindicalización de la AFL-CIO, y apoyan la demanda de Biden de que “el Gobierno debe fomentar los sindicatos”.
Ninguna de estas organizaciones ni publicaciones ha mencionado la lucha de los trabajadores de Dana porque contradice su agenda política antisocialista y antiobrera. Estos grupos representan a la misma capa social acomodada que dirige los sindicatos. Apoyan a los sindicatos debido a sus interminables ataques a la clase obrera, no a pesar de ellos.
Sin embargo, en sus luchas emergentes contra las corporaciones globales y la política de “asesinato social” de todos los Gobiernos capitalistas en respuesta a la pandemia, la clase obrera está entrando en un choque frontal con los sindicatos y su perspectiva nacionalista. Para enfrentarse a las corporaciones globales, los trabajadores deben unirse internacionalmente. Desde París, Tennessee, a París, Francia, y desde Lima, Ohio, a Lima, Perú, aparecerán organizaciones nuevas —comités de base— para unir a los trabajadores por encima de las líneas de raza, nacionalidad, industria y continente en una lucha común contra la desigualdad social.
(Publicado originalmente en inglés el 9 de septiembre de 2021)
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